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Cuando el Dedo de Dios Transforma al Corazón de Piedra

Actualizado: 15 abr

Por la Encarnación, Dios puede transformar hasta los más duros corazones y los pecadores empedernidos pueden convertirse en grandes evangelizadores.



Por P. Jorge Hidalgo


¿Quién puede ser justo delante de Dios? ¡Nadie!, por eso cuando Nuestro Señor Jesucristo alentó a los escribas y fariseos que acusaban a una mujer adúltera, a que si estaban libres de pecado, arrojaran la primera piedra, todos se empezaron a ir, empezando por los más ancianos.


Quedaron ahí solamente la mujer y Cristo, o como dice San Agustín, quedaron solamente dos: la miseria y la misericordia; de tal forma que Cristo, en lugar de ejercer de juez, fue el médico que le curó. Según la letra de la Ley, la mujer debía morir apedreada. Pero el espíritu de la norma era que Cristo venía a sanar al hombre caído. Por eso Nuestro Señor la salva de las manos asesinas.


En su primera venida, Cristo quiere justamente concedernos el perdón, su misericordia, porque, ¿quién es justo delante del Señor?, como se pregunta el Salmo, y nadie es justo delante de Cristo, que es el Santo de los santos, por eso el Señor ha concedido la misericordia a esta mujer y la ha perdonado.


Según la Tradición de la Iglesia (aunque algunos Padres discrepan) esta mujer es María Magdalena y es aquella pecadora que en la casa de Simeón lloró sobre los pies de Cristo, que con sus lágrimas le lavó los pies y los secó con sus cabellos. Es la misma mujer que estuvo al pie de la Cruz, es la hermana de Lázaro y la hermana de Marta y ésta mujer es la primera que, seguramente, vio a Cristo resucitado de entre los muertos, según lo narra el Evangelio de San Marcos. Aunque, según una tradición muy piadosa sostenida por muchos santos, Cristo se apareció primero a la Santísima Virgen María.


Lo cierto es que, como dice el Padre Castellani, hay argumentos convergentes, psicológicos, para decir que es la misma mujer. La verdad que es evidente es que Cristo puede hacer de una prostituta, la primera mujer que lo vea resucitado.


De pecadora a predicadora y penitente


Esto es lo que nuestro Señor les dijo a los escribas y a los fariseos; que los publicanos, que solían ser ladrones, y las prostitutas, iban a llegar antes que ellos al reino de los Cielos. ¿Cómo puede ser esto? Porque la mujer no se conformó en su situación pecadora ni se contentó con el hecho de que Dios la hubiera perdonado, sino que, según la Tradición católica, ella fue a predicar el Evangelio al sur de Francia y junto con su hermano Lázaro, que era el Obispo, convirtieron a la máxima autoridad de la ciudad de Marsella. Después ella se retiró a la santa cueva (Sainte-Baume, en francés) a hacer penitencia durante su vida por los pecados que había cometido antes.


Duró treinta años haciendo penitencia por sus pecados en una cueva húmeda en donde nosotros no aguantaríamos ni una semana; en cambio ella lo hizo por treinta años porque sabía que Dios le había perdonado mucho y que debía expiar por los pecados que había cometido. Queda muy claro entonces que el Señor es la misericordia misma y Él quiere concedernos su favor, pero es necesario que nosotros hagamos penitencia, es necesario que nosotros queramos cambiar de vida y que queramos reparar todos los males que hemos hecho.


La Encarnación, el momento en que Dios hace nuevas todas las cosas


Cuando Jesucristo libera a la mujer de ser apedreada, se inclina y empieza a escribir en el suelo con el dedo. La primera vez que se dice que Dios usa el barro, según las Sagradas Escrituras, es en el paraíso, cuando crea a Adán, y entonces dice que sopla sobre él un aliento de vida. 


Pero sabemos muy bien que el corazón del hombre se endurece y que no permanece siendo esa arcilla blanda entre los dedos de Dios para que Él, como el divino alfarero, moldee el vaso de jarro que quiera, en palabras del profeta Jeremías, sino que Dios ve que el hombre se va endureciendo y entonces su corazón de carne se hace un corazón de piedra, se hace un corazón duro, un corazón justamente inmisericorde, lo que lo lleva cometer pecado, en este caso el adulterio, que es símbolo de la idolatría. Es por eso que Dios se tiene que abajar hasta este hombre duro y tiene que escribir en él, en piedra.


Pero también en el Antiguo Testamento, Dios prometió al profeta Ezequiel que iba a arrancar del corazón del hombre su corazón de piedra y le iba a dar un corazón de carne. Para que esto suceda es necesario que Dios mismo lo haga, con su poder divino, con el dedo o con su mano, que son dos símbolos del Espíritu Santo, de tal manera que nuestro sentir no sea inmisericorde, sino según el querer de Dios, lo que evidentemente sí ocurre en la Encarnación en donde el corazón humano de la Santísima Virgen María es capaz de amar al modo divino.


Cristo se inclina para tocar la tierra. Es la función del médico clínico (kliné, en griego, significa eso). Cristo nos sana y nos cura cuando se encarna. Así repara nuestra naturaleza caída.

 

Por ese corazón es que Dios mira la tierra desde el Cielo y se inclina hacia ella, como dice el Salmo, y toca con el dedo la tierra, es decir, es el momento en que ocurre la Encarnación. Ésta es la nueva creación, éste es el momento en donde Dios hace nuevas todas las cosas, es el momento en donde el hombre puede volver al paraíso, aunque haya sido un idólatra, aunque la mujer haya sido una adúltera, es el momento en donde el Señor vuelve a poner su tabla, sus diez mandamientos en el corazón de los hombres. Esto es lo que simboliza la Encarnación, que es la que hace posible que Dios dé vuelta a la humanidad.


La mujer adúltera representa a la humanidad que, aunque haya sido inmensamente pecadora, como Dios puede hacer nuevas todas las cosas, ahora es creyente y de hecho es la que ve a Cristo resucitado, es la que se queda al pie de la Cruz y es la que va a anunciar por el mundo que Jesús le ha dado una nueva vida. Por eso la mujer, antes idólatra, ahora es símbolo de la Iglesia, que está al pie de la Cruz, cree en el Resucitado y sale a convertir al mundo para Dios.


También nosotros debemos darnos cuenta que no importa los pecados que hayamos cometido, si estamos verdaderamente arrepentidos, si queremos convertirnos, si queremos seguir a nuestro Señor, Él nos puede dar la vida nueva, la vida de la gracia a través de la Encarnación y a través de la acción del Espíritu Santo en nuestra alma.


Pidamos al Señor que también nosotros podamos hacer una sincera confesión, que podamos dejar la vida pasada, dejar todos nuestros pecados y recurrir a Cristo, que como médico ha venido a buscar a los enfermos y a los pecadores. Que también queramos hacer penitencia por los pecados de nuestra vida y que seamos capaces de ir por el mundo entero a anunciar la verdad del Evangelio.


Que Nuestra Señora, la Virgen Santísima, nos conceda la gracia de ver a Cristo que nos busca, de ver a nuestro Señor que no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva.


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