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El Ansia del Corazón de Cristo es Recuperar Almas

El apostolado que Nuestro Señor Jesucristo quiere que realices es el de trabajar en tu propia conversión y en la ajena; para que así hagas que la muerte de Cristo sea fructífera y des gozo a Su Corazón.



En el Sagrado Corazón se resume el amor de nuestro Señor por los hombres, está simbolizado en Su Corazón ardiente y traspasado de amor que lo dio todo en la Cruz, hasta la última gota de su sangre, por nuestra salvación; y al mismo tiempo coronado de espinas por nuestra ingratitud.


Por el Evangelio sabemos cuál es el gran gozo del corazón de Cristo. Recordemos la parábola de la oveja perdida:


¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va a buscar la que se perdió, hasta que la encuentra? Cuando la encuentra, se la pone muy contento sobre los hombros y, llegando a casa, convoca a los amigos y vecinos y les dice: `Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido.' Os digo que, de igual modo, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de conversión. (Lc 15, 4-7)


El gran gozo del Corazón de Cristo es la conversión del pecador, de tal manera que quien estaba perdiéndose o iba camino de la perdición, del infierno; hace penitencia y vuelve hacia Dios le da un gran gozo a Nuestro Señor Jesucristo.


Este gozo se reitera en la parábola de la dracma perdida:


¿Qué mujer que tiene diez dracmas, si pierde una, no enciende una lámpara y barre la casa y busca cuidadosamente hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, convoca a las amigas y vecinas y les dice: `Alegraos conmigo, porque he hallado la dracma que había perdido.' Pues os digo que, del mismo modo, hay alegría entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta. (Lc 15, 8-10)


En estas dos parábolas queda muy claro como el ansia del corazón de Cristo es recuperar aquellas almas que se apartan de Él.


¿Qué nos dicen estas Parábolas? ¿Qué quiere Jesús que hagas?


Después de leer estas parábolas aprendemos cómo tenemos qué actuar, qué tenemos que hacer: aborrecer el pecado y compadecer al pecador (todos somos pecadores, pero se refiere a aquellos que viven notoriamente alejados de Cristo y que muchas veces también nos harán sufrir o incluso nos pueden perseguir).


Debemos compadecer al pecador porque está en el camino de la perdición, es una oveja perdida que está en medio del desierto y que está a punto de que un lobo la agarre o que se caiga por un precipicio y que definitivamente muera; por lo tanto se nos llama a nosotros también a acogerla -como el Señor acoge a los publicanos y pecadores- rechazar su pecado; pero al contrario, compadecer al pecador y buscar su bien espiritual.


Es totalmente contraria la actitud de los fariseos y escribas, que desprecian al pecador porque se piensan justos; y el orgullo de su supuesta santidad les lleva a despreciar y a aborrecer al pecador mismo, cosa que no hace Cristo.


Por lo tanto si la gran alegría del corazón de Cristo es la conversión del pecador, hay que concluir que el apostolado que Dios quiere que realicemos debe llevar como objetivo la conversión de los paganos a la fe católica; de los herejes, para que renuncien a sus errores contra la fe; y de los mismos católicos, para que abandonen su vida de pecado. También, los que ya viven en gracia, están llamados a aborrecer sus propios defectos y terminar por santificarse. 


Invertir tu vida y tus talentos en este apostolado tiene por objetivo la gloria de Dios y alegrar el corazón de Cristo, por lo tanto si un vaso de agua que se da en el nombre de Cristo será recompensado, con mucha mayor razón el tiempo y trabajo que tú realices en este apostolado tendrá un gran premio, porque buscas alegrar el corazón de Cristo. 


El gozo, ¿se queda en Cristo?


Como lo hemos visto, la conversión del pecador llena de gozo del Corazón de Cristo, pero la cosa no queda ahí, ese gozo se comunica, no solo se queda en el corazón de Cristo sino que se expande.


Primero,  la alegría es para Él, porque ha derramado Su sangre por esa alma que corría el peligro de perderse y hacer infructuosa Su pasión para ella al irse al infierno; pero al obtener -su muerte- este fruto (la conversión del pecador), el Señor se alegra. 


A continuación en el Cielo también se alegra la Santísima Virgen, porque el pecador es un hijo suyo, que Ella recobra por la conversión.


Los Ángeles se alegran también porque ellos saben muy bien lo que vale un alma y el precio que ha pagado Cristo por ellas; especialmente se alegra el ángel de la guarda de esa persona, porque tiene una conexión especial con esa persona a la que está guardando y ve el fruto de su propia labor con ella.


También en el Cielo, todos los Santos hacen fiesta porque la persona convertida está en camino de reunirse con ellos en el Cielo. Además, los santos quieren nuestro bien mucho más que nosotros mismos.


Por último, en la Tierra también se expande una gran alegría por la conversión de un pecador. Primero, es el pecador mismo el que se alegra, porque se arrepiente de verdad de sus pecados, de tal forma de que después de su tristeza por reconocer que pecó, de llorar su pecado, y hacer penitencia por haber ofendido a Dios y apartarse de Él; su tristeza sana y lo conduce a la alegría, no se queda enfrascada en el pecado y lo que ha hecho, sino que sabe que el Señor está con los brazos abiertos, dispuesto a perdonar si se ha arrepentido de verdad.  Ante todo, predomina junto a las lágrimas de la penitencia, la alegría del perdón, y de experimentar el amor misericordioso de Cristo.


En la tierra, el gozo del pecador es compartido con sus hermanos en la fe. ¿Cómo no nos vamos a alegrar de que quien estaba alejado de Dios ahora se arrepiente de su vida de pecado, se convierte y comienza a vivir una vida de gracia?


Un verdadero amigo es aquel que busca, ante todo, el bien espiritual


Por todo esto sacamos en conclusión: Hagamos este apostolado: busquemos alegrar el corazón de Cristo trabajando por la conversión de las almas y nuestra propia conversión.


Todos estamos en este proceso de conversión y si queremos de verdad el corazón del Señor, debemos de luchar contra nuestros defectos, aunque sean pecados veniales y no mortales, no debemos despreocuparnos; sino esforzarnos en la purificación y luchar con las propias debilidades, nuestros vicios; buscar la santidad.


El corazón de Cristo se alegrará viendo que hacemos este esfuerzo y que también buscamos la conversión ajena, con sanos consejos, con oraciones, con penitencias, con la corrección fraterna bien practicada, buscando su bien espiritual. Un verdadero amigo es aquel que busca, ante todo, el bien espiritual, la salvación eterna de la otra persona; si en una relación no se busca para la otra persona el bien espiritual, no es una verdadera amistad, no hay amor verdadero.


Pidamos a Santa María y a San José bendito, que nosotros busquemos cada día la conversión propia y ajena, para alegrar el corazón de nuestro Señor Jesucristo.



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