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El Camino a la Santidad

El camino a la santidad es imprescindible para afrontar el combate espiritual, no es nuestra fuerza la que el diablo teme; sino la presencia de Cristo en nosotros.  


Por Hno. Elías


¡El tiempo apremia! hemos de estar preparados para el combate espiritual con los cuatro pilares que nos ayudarán en la lucha. Hemos hablado ya de tres:


Tercer pilar: El mandato misionero


Hoy hablaré del cuarto pilar: el camino de la santidad

Después de haber vivido una seria conversión, que consiste en decidirme a  servir a Dios con mi libre voluntad y apartarme de todos los caminos que  pudieran ofender a nuestro Padre Celestial, el próximo paso será la  transformación del corazón. No sólo nuestra voluntad debe estar  completamente dispuesta a servir a Dios; sino que también el corazón ha de  adherirse a Él en el amor, de tal modo que Él se convierta en el “gran amor”  de nuestra vida.  

Para ello se requiere un camino que hemos de recorrer en cooperación con  el Espíritu Santo. En la teología mística clásica, se habla de tres vías: la vía  purgativa, iluminativa y unitiva.  

Este proceso está claramente expresado en una oración del Santo Hermano  Nicolás de Flue (Suiza): 

“Señor mío y Dios mío, prívame de todo lo que me aleja de Ti. Señor mío y Dios mío, dame todo lo que me acerca a Ti.  

Señor mío y Dios mío, haz que ya no sea mío; sino todo Tuyo.” 


1. La vía purgativa (el camino de purificación):  

“Prívame de todo lo que me aleja de Ti”

Son muchos los ámbitos que han de ser impregnados por el Espíritu de Dios,  para que sean puestos en el orden correcto. Este orden significa que cada cosa ocupe su lugar asignado por Dios. Sólo entonces el amor podrá  desplegar su fecundidad.  

En otras palabras, si estamos apegados de forma desordenada a las cosas, a  las personas o a nosotros mismos, nuestra capacidad de amar estará limitada  y no se enfocará principalmente en Dios, a quien deberíamos amar sobre  todas las cosas (cf. Dt 6,5) y quien es nuestra verdadera felicidad.  

Si yo, por ejemplo, antepongo el amor a una persona al amor a Dios, entonces  mi corazón y mi voluntad no son libres para buscar siempre primero la  Voluntad de Dios. De alguna forma, aquella persona se convierte en un ídolo,  que ocupa el lugar de Dios. Entonces, el Espíritu Santo tendrá que  transformar esta relación en mí, si se lo pido y coopero con Él. Esto implica un proceso muchas veces doloroso, porque el desprendimiento de esta persona será tanto más difícil cuanto más haya llegado a ocupar el primer lugar en mi vida.  

Lo dicho sobre el amor desordenado a una persona se aplica en todos los  ámbitos de nuestra vida que no estén en su correcto orden a nivel espiritual.  

Lamentablemente muchas personas tienen un miedo muy equivocado a tales  procesos de purificación, y a veces no están dispuestas a dejarse guiar por Dios en estos puntos más delicados. Tales personas no entienden que esta  purificación tan necesaria es también un proceso de amor; sino que la ven  incluso como una especie de amenaza. Pero ¿cómo podría amenazarnos nuestro Padre?  

Tomemos un ejemplo muy sencillo y comprensible:  

Mi apetito desordenado en el comer hace que mi cuerpo engorde y tenga  cada vez más sobrepeso. Esto llega hasta el punto de generar enfermedades  y debilitar mi organismo. Se presentan serios riesgos… El médico me  aconseja cambiar mi alimentación, para tener una condición más saludable,  tanto para el cuerpo, como también para el alma y el espíritu. Debido a mis  hábitos y apegos, me resulta extremadamente difícil refrenarme en el comer.  ¡Esto me hace sufrir! 

El sufrimiento es, por tanto, consecuencia de mis malos hábitos, y es el  médico quien tiene el conocimiento para mostrarme el camino correcto a  seguir.  

Ahora bien: apliquemos este ejemplo a la realidad espiritual. Si por mi propia  culpa pongo cargas sobre mi alma y el “médico divino” quiere conducirme al buen camino y liberarme de tales cargas, entonces esto es una  manifestación de Su amor, que lo mueve a querer sacarme de aquel estado  desordenado.  

El camino de santidad es una invitación de parte de Dios a llenarme cada vez  más de Su amor, y a considerar y aceptar este amor como “soberano” de mi  vida. Todo ha de someterse a él, y así, poco a poco, cada cosa recibirá el  lugar que le corresponde en el orden de Dios. ¡Es el Espíritu Santo quien  obra esta transformación en nosotros! Por tanto, la purificación es un proceso  del amor de Dios, que nos invita a hacer a un lado todo aquello que impida  el despliegue del amor. 


2. La vía iluminativa (el camino de iluminación):  

“Dame todo lo que me acerca a Ti” 

En este camino de intenso seguimiento de Cristo, el Señor nos concede  abundantes gracias, de manera que seamos siempre fortalecidos por Él.  Cuando hayamos emprendido los caminos de purificación y el Señor nos  haya limpiado ya de algunas cosas, entonces la Palabra de Dios empieza a  hablarnos más profundamente, la oración se hace más íntima y constante,  recibimos los santos sacramentos de forma más consciente y su efecto llega a una mayor profundidad en el alma. Se podría decir que todo aquello que,  gracias a la purificación, haya obtenido una mayor libertad en nosotros, se  vuelve ahora más transparente y receptivo para el amor de Dios, de modo que éste nos ilumina cada vez más sobre el valor y la belleza de la fe. El  esplendor sobrenatural de la fe se despliega con más fuerza en nuestra alma  y aprendemos progresivamente a verlo todo a la luz de Dios, que supera  nuestro entendimiento humano y lo ilumina.  

Intentemos entenderlo nuevamente con un sencillo ejemplo:  

Resulta que desde hace tiempo tengo la impresión de que debería dedicarle  tiempo a Dios en la oración en las horas tempranas de la mañana. Sin  embargo, estoy acostumbrado a quedarme acostado y a distraerme el mayor  tiempo posible, de manera que sólo me queda muy poco tiempo para orar.  

Mi pereza y dispersión impiden que Dios pueda concederme aquello que  tiene previsto para esta oración matutina. ¡Pero el Espíritu Santo no se cansa y sigue llamándome una y otra vez! Un día, logro finalmente despertarme  conforme a mi propósito e inmediatamente noto el cambio. El día comienza de manera diferente y estoy más cerca de Dios. Entonces, me propongo seguir aceptando esta invitación del Señor con constancia y trabajar en mi pereza. Cuanto más lo haga, tanto más fácil se tornará con el paso del tiempo. 

Ahora el Espíritu Santo puede obrar y, en Su luz, me resulta más claro todo  lo que había desaprovechado a causa de mi pereza. Esto me duele; pero este dolor se convierte en motivación para no volver a ceder a mis inclinaciones. Si, por debilidad, vuelvo a caer, me arrepiento inmediatamente y retomo el  camino. Puedo notar cada vez más que esto le agrada a Dios, lo cual me da paz. El don de piedad se ha activado más fuertemente y me ha iluminado.  


3. La vía unitiva (el camino de unificación):  

“Haz que ya no sea mío; sino todo Tuyo” 

El mayor obstáculo para la unificación total con Dios no es ni la atracción del mundo, ni la debilidad de la carne, ni los ataques del Diablo; sino el apego a nuestra propia voluntad, que está profundamente arraigada. Muchas veces no estamos realmente conscientes de ello, sino que actuamos conforme a nuestra propia voluntad como algo natural. Para vencerlo, no se requiere  solamente la así llamada “purificación activa”, en la cual intentamos refrenar  nuestra propia voluntad; sino también aquello que en la teología mística se  denomina “purificación pasiva”.  

En la “purificación pasiva”, Dios permite circunstancias que nosotros no  hemos escogido, pero que aprendemos a aceptar en Él. Pueden ser  enfermedades, giros totalmente inesperados en nuestra vida, persecuciones  que surgen de repente; por nombrar sólo algunas posibilidades. Precisamente  cuando estas circunstancias se opongan a nuestros proyectos de vida y nos  negamos a nosotros mismos, aceptándolas como una formación de parte del Señor, entonces empezamos a unirnos más profundamente a Él. Con cada paso de “negación de sí mismo” nos resultará más fácil aceptar y cumplir la  Voluntad de Dios que hemos reconocido para la situación dada.  

También esto es un proceso de amor, obrado por el Espíritu Santo, porque  sólo estando totalmente purificados podremos contemplar cara a cara al Señor por toda la eternidad. Si Él nos ofrece este proceso de purificación ya en nuestra vida terrenal, a lo largo del camino de la santificación, entonces quiere prepararnos para la unificación con Él en el cielo, y también hacer que el tiempo de nuestra peregrinación en este mundo sea lo más fecundo posible.  


OBSERVACIONES FINALES 

Con estos escritos sobre los cuatro pilares hemos concluido la fase de los  preparativos para el combate espiritual.

Nuestra lucha por la santidad no solamente es la respuesta auténtica al amor de Dios; sino que es además un arma potente en la mano del Señor, puesto que entonces Él puede guiarnos cada vez más y con mayor naturalidad, de  manera que Su fuerza actúa en nosotros. En el combate espiritual contra los principados y las potestades (cf. Ef 6,12), no es nuestra fuerza la que el diablo teme; sino la presencia de Cristo en nosotros.  

Si un anticristo –o el Anticristo– erige su reino de forma visible, nosotros no  podemos simplemente acobardarnos y dejarle a él actuar, tratando  simplemente de sobrevivir de una u otra forma. ¡Esto no basta en la “batalla  del Cordero”, porque el Señor ha venido “para destruir las obras del diablo”  (1Jn 3,8)! Por eso nosotros, por nuestra parte, también hemos de librar este combate de forma activa. El Anticristo no es omnipotente, aunque tuviese en sus manos todas las herramientas de poder terrenal. En lo más profundo de su ser, él no puede estar seguro de sí mismo, así como tampoco lo estuvieron todos los tiranos del pasado, puesto que su poder está fundamentado en la mentira y en el engaño. Esto es lo que habrá de ser desenmascarado, en la medida de lo posible.  

Es importante estar preparados para la venida del Anticristo, que precederá al Retorno de Cristo. ¡Nadie conoce la hora! Pero así como el Señor nos exhorta a estar vigilantes ante Su Segunda Venida (cf. Mt 25,13), también hemos de aprender a percibir cuando se densan las tinieblas anticristianas.  


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