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El Católico que Excluye a Dios de la Política

No todo el que me diga “Señor, Señor”, entrará en el Reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre… (Mt, 7, 21)


Si los católicos dejan de ser lo que dicen que son en el tema político para garantizar sus deseos, aunque éstos sean contrarios a la voluntad de Dios, están actuando en contra de su esencia y en contra de Dios mismo, por lo tanto, dejan de ser católicos.



Por Anuar López


Hace algunos años tuve la oportunidad de asistir a una conferencia que trataba de exponer el cambio del sistema jurídico mexicano, debido a las reformas constitucionales del año 2011. En realidad, lo que más quedó grabado en mi mente fue la parábola narrada por el expositor, que, según su parecer, nos ilustraría para comprender la viabilidad del nuevo sistema:


Un rico empresario veracruzano tomó la decisión de emprender una aventura cultural que le ayudara a elevar su conocimiento general y el buen gusto por el arte, por lo que tuvo a bien realizar un viaje a la ciudad de Viena, Austria, con la intención de acudir a un concierto de piano que se había promocionado como un encuentro inigualable en las últimas décadas, debido a la convergencia de uno de los más grandes pianistas de todos los tiempos y la presentación de un piano de cola larga, más larga que cualquiera del pasado, elaborado por la empresa más prestigiosa de la misma ciudad.


El empresario, acorde al evento, vistió de frac negro y camisa blanca -muy blanca- con empuñaduras en color plata; seguramente le pareció una combinación elegante para la ocasión.


Se llegó la hora del inicio del concierto y nuestro protagonista, que contaba con una cartera desbordante de dinero y un ánimo también desbordante de gastarlo, se encontró en primera fila del concierto, mirando los rostros de los demás asistentes e imitando sus ademanes. Por su cabeza pasaba el dicho de la abuela: “a donde fueres, haz lo que vieres”.


El expositor de la conferencia que nos relató ésta anécdota nos dejó la duda de si el empresario que viajó a Viena realmente disfrutó el concierto, pero lo que sí nos aclaró fue lo que el protagonista de la historia hizo: él contactó a los fabricantes del piano con la intención de comprarles los planos del mismo, los cuáles, después de un gesto de liberalidad pecuniaria, consiguió sin reparo.


Regresó entusiasmado a su amada Veracruz. Ya libre del caluroso frac negro se calzó una fresca Guayabera y emprendió una nueva aventura. La de contratar al mejor artesano veracruzano que le fue recomendado por los músicos locales.


A este artesano le informó su objetivo, le compartió los planos del piano adquiridos en Viena, le aseguró que sería generoso en el pago. El artesano con arrojo de honestidad le informó que él no era especialista en pianos y que no acostumbraba a quedar mal con cliente alguno, por buena que fuera la paga. El empresario le agradeció la honestidad, pero le afirmó que confiaba en su fama y reputación de ser el mejor artesano del estado. El artesano aceptó el reto, aclarando que era la primera vez que incursionaba en el mundo de estos bellos instrumentos, pidiendo disculpas de antemano si el resultado no lograba complacerlo. El empresario le respondió que no temiera, ya que, bajo las mismas condiciones, había contratado al mejor músico del estado para presentar un concierto local una vez que el piano estuviera terminado.


Se llegó el día de tan anhelado concierto por parte del empresario; los ilustres invitados, ataviados lujosamente, acudieron en decenas a la presentación con la expectativa que sería una obra cultural nunca vista en su ciudad. Sus expectativas no fueron erradas.


El músico de renombre en el estado apareció en el escenario vistiendo un traje de gala estilo vienés; solemnemente se presentó ante el público selecto que estalló en aplausos. Cada ademán, cada gesto percibido, era premiado con el aplauso anticipado. Aquello duraría más tiempo de lo acostumbrado en los conciertos de piano europeos.


Por fin, el músico retrocede, separa el sillón que sostenía su frondoso cuerpo y  mientras el canto de las musas deleitaba al público presente; posó sus manos sobre el gran trozo de tela aterciopelada que cubría la obra de arte del artesano. Lo destapó y el público exclamó de asombro ante tal reluciente belleza. Brillante, enorme instrumento que arrebató los aplausos más estruendosos que los que había podido obtener el encumbrado músico local. Incluso éste último pareció estar asombrado.


El empresario y mecenas de aquella esperada velada musical, desde la primera fila entre los asistentes, tomó asiento mientras cruzaba trémulamente sus dedos. La emoción que sentía, según considero, es del tipo de aquella intensidad que deben sentir los pueblos cuando cambian por fin de un gobierno que ha durado más de setenta años en el poder y que mantuvo pobre e ignorante a sus habitantes. ¡Por fin! Exclamó en sus adentros, mientras sus ojos lagrimeaban y por ello brillaban luminosamente.


El músico, finalmente, toma asiento frente al piano; ajusta marcialmente su distancia con el mismo. Destapa la tapa… e inicia el prodigio…


Aquel piano, sonoramente, vibrantemente, inunda el lugar y los oídos de los asistentes con la melodiosa marimba más perfecta y jamás escuchada en el hermoso Veracruz.


El expositor de la parábola no concluyó con esto, pero me gusta imaginar que aquello se convirtió en un momento lleno de alegría. Aunque los finales alegres, cuando se tratan de adecuar a principios completamente incompatibles y aún contradictorios, no los he visto nunca. Ni en la historia, ni en mi experiencia.


Pero, como analogía, ¿por qué sonó como marimba? Porque la política tiene un diseño original que descansa en la indigencia social del hombre. De su necesidad de expandir sus potencias; de perfeccionarse moral, intelectual y espiritualmente. Objetivos que resultan inalcanzables en soledad. Pero el “empresario” -revolucionario- ha llegado a creer que la materialidad y la apariencia superficial son lo más importante. Que basta pensar para existir y que no es indispensable primero existir para poder pensar, porque lo contrario produce el error (marimba y no piano).


Hay personas honestas, como el artesano, que creyendo hacer un bien a su comunidad han llevado a cabo la obra transformadora. Imitando los principios que les fueron dados por la excelencia de la tradición “vienesa” -entiéndase occidental-, pero que dándose cuenta de que no los comprenden a profundidad, por no estar habituada la inteligencia pura o práctica a ello, toman parte en el “juego”, tímida y torpemente, como el conservadurismo que es una caricatura de la tradición. Pero a la llegada del músico -el caudillo liberal de derechas o izquierdas- es sorprendido por el poder, por su debilidad de principios, y sus melodías resultan discordantes con el modelo original. El público en tanto se da gusto con la melodía porque vive para el gusto, para lo más elemental de su humana naturaleza; pero que, a decir de Mel Gibson en el papel de William Wallas, “olvidan su derecho a algo más sublime”. Conformándose con las migajas que el impostor tenga a bien arrojarle. Conservando los retazos de lo que alguna vez fue la Cristiandad.   


El problema en realidad es más profundo. No es sólo político, sino meta político. Es un problema de principios contradictorios y que por lo mismo tendrán resultados contradictorios. 


El católico que contradice a Cristo


Avanzar para llegar a casa no es lo mismo que avanzar para caer a un precipicio. Progresar en el conocimiento no es lo mismo que progresar en la ignorancia. Contar con una salud que se afirma no es igual que padecer una enfermedad afirmada.


Los principios, como la verdad, la bondad o la belleza, no son lo mismo que la opinión, el egoísmo y el deseo desordenado. Son principios completamente incompatibles; y, por tanto, sus resultados son completamente contradictorios.


Nadie, a decir de Amado Nervo, que ponga hieles en las cosas, obtendrá mieles sabrosas.


El católico ante la política, no puede compartir principios que niegan los suyos, sin dejar de ser católico.


La voluntad popular niega la Voluntad de Dios; la soberanía popular, de Bodino, niega la Soberanía de Cristo Rey que expuso el Papa Pío XI en Quas Primas; el principio constitucional que afirma que el poder viene del pueblo, contradice a Cristo ante Pilato, que le señaló que el Poder viene de lo Alto; la Inmaculada Concepción del hombre de Rousseau, o su inevitable perversión de Hobbes, niegan que el hombre sea en su creación bueno, por ser creatura de Dios, pero que se encuentra herido por el pecado, por haber querido ser como Dios. La ley positiva que se proclama como única fuente de derecho, niega el derecho natural que, a decir de santo Tomás de Aquino, es en este último donde se refleja el derecho Divino.


Para el actual practicante demócrata cristiano -que en realidad es primero demócrata y después cristiano- Cristo no es más Rey por derecho de creación, así como de conquista. Sino que viene a ser como un ente de razón, un ser abstracto o incluso imaginario, generado por la ilusión de nuestros abuelos y conservado por una transmisión melancólica.


Nos hemos extraviado en lo accidental y hemos perdido de vista lo sustancial.


Nos hemos vuelto anti todo, pero trabando la discusión dialéctica contra lo que no somos hemos perdido de vista lo que somos. Hemos olvidado, o peor aún, hemos abandonado nuestros principios.


Le hemos dado la espalda a la verdad que nos ha sido revelada. Sin merecerlo nos ha sido revelada y aun así la hemos abandonado. Ya no decimos sí cuando es sí, y no cuando es no, como enseñó el Dios hecho Hombre, Cristo Jesús. Ahora decimos “bueno, es lo que hay”, “debemos pensar en el aquí y el ahora”, “lo ideal sería que gobernara un santo o un filósofo, pero la realidad es otra”. Somos tan realistas que parecemos olvidar que lo inesperado irrumpió en el mundo. Que un Dios, Infinitamente Bueno, Infinitamente Sabio, Infinitamente Santo, se encarnó, habitó entre nosotros, padeció por nosotros, murió por nosotros y también por nosotros resucitó y proclamó que le ha sido dado todo el poder, en el cielo y en la tierra. Lo hemos olvidado porque estamos tan sujetos al “aquí y el ahora”; a lo que es posible, cuando los Apóstoles vieron lo que era imposible.


¡Sé de Cristo!


La pregunta ahora sería ¿En qué creemos? o, ¿creemos verdaderamente en algo? Algo que no seamos nosotros mismos y nuestras posibilidades o deseos sentimentales.


Los primeros cristianos jamás fueron posibilistas, porque de haberlo sido jamás hubiera sobrevivido la Iglesia a las persecuciones. La sangre de cristianos no hubiera sido semilla de nuevos cristianos, como sentenció Tertuliano.


Preguntamos: Pero en lo político ¿Qué hacemos? Pero en lo económico ¿Qué hacemos? Pero en lo moral ¿Qué hacemos?


Y queremos una respuesta conforme a los principios del mundo, de la modernidad, de la democracia, del libre mercado, de la separación entre Iglesia y estado.


Ése es el aquí y el ahora. Un mundo decadente, derruido, corrupto, bajo y vil. Y seguimos preguntándonos, sí, pero ¿qué hacemos? Pero preguntamos sin querer recibir en realidad la respuesta que ya fue dada por Tertuliano, por los primeros cristianos que enfrentaron también a un imperio corrupto, decadente y derruido y mucho más poderoso que cualquier país democrático del presente.


La diferencia es que aquellos sí eran de Cristo. Aquellos sí tenían fe. Aquellos sí eran hombres…


Qué respondería: ¡Recupera tu fe! ¡Sé de Cristo!  ¡Sé un hombre!

 



1 comentario

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1 Comment


Guest
Jun 01

Así es ,el principio de autoridad para un Cristiano tiene que ser Dios y su palabra ,tiene que obedecer a Dios y no a los hombres,conforme a sus mandamientos,y sacramentos .Las leyes del cesar aparte

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