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El descuido del Día del Señor

La tradición católica señala que el trabajo es para vivir y el descanso para salvar el alma, por eso los Domingos debemos parar las actividades habituales para darle culto a Dios y estar en contemplación.



P. Jorge Hidalgo

 

En el mundo en el que vivimos hay una deformación de todas las cosas y ya no corresponden al querer de Dios; esto se ha manifestado incluso confundiendo el sentido del descanso cristiano.


Lo que el mundo quiere -evidentemente- es que descansemos en el pecado, que nos destruyamos sicológicamente, corporalmente, que descansemos en cosas que arruinan nuestra relación con Dios, que nos olvidemos de Él y que no podamos ir nunca a Misa porque siempre estamos ocupados haciendo otras cosas.


Y aunque parezca un tema intrascendente, es importante saber que en el pasado los judíos fueron castigados con la deportación a Babilonia porque se olvidaron de santificar la semana; mientras que respecto al futuro, de acuerdo a las apariciones de la Santísima Virgen en La Salette, el hombre será castigado -entre otras razones- por el descuido de los días sagrados.

 

El precepto


El origen del sábado es en hebreo sabbat, es decir, el día que Dios descansó después de haber hecho todas las cosas. El hombre, por lo tanto, también debe tener un descanso y parar de sus actividades habituales y normales.


Pero este descanso tiene un sentido religioso, revisemos el precepto establecido en dos citas del Antiguo Testamento:


Recuerda el día del sábado para santificarlo. Seis días trabajarás y harás todos tus trabajos, pero el día séptimo es día de descanso en honor de Yahvé, tu Dios. No harás ningún trabajo, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu ganado, ni el forastero que habita en tu ciudad. Pues en seis días hizo Yahvé el cielo y la tierra, el mar y todo cuanto contienen, y el séptimo descansó; por eso bendijo Yahvé el día del sábado y lo santificó. (Ex 20, 8-11)

Guardarás el día sábado santificándolo como te lo ha mandado Yahvé tu Dios (Deut 5, 12)

Lo que nos quiere decir este precepto en un primer sentido es que hay que santificar el día del Señor dándole culto a Dios; y en un segundo punto, que es necesario abstenerse de los trabajos serviles que nos apartan del querer de Dios y nos impiden la contemplación.


Claro que los trabajos serviles son necesarios. Es necesario tomar la pala para algún trabajo o cortar leña, por ejemplo, para obtener el sustento de un modo honesto. Pero es necesario parar y descansar al menos una vez en la semana para tener visión de la eternidad.


Parte del castigo que tuvieron los israelitas cuando fueron deportados a Babilonia se debió a que el pueblo judío no observaba los sábados; es decir que se olvidaron de la santificación de la semana.

 

El día del Señor


Los cristianos también siguieron la ley de los sábados pero enseguida se dieron cuenta que los sábados debían ser reemplazados porque nuestro Señor Jesucristo resucitó el día domingo, que es el día del Señor.


Y este reemplazo se refleja en el Nuevo Testamento. En los Hechos de los Apóstoles se habla de una reunión que tuvieron el primer día de la semana; mientras que San Juan evangelista dice que tuvo sus visiones del Apocalipsis el día del Señor, así que ya desde antiguo se observa que el día del Señor deja de ser el sábado y pasa a ser el domingo.


Esto lo explica san Justino, uno de los padres apologetas martirizado en Roma. Él decía que se reunían el día del Señor y que ellos ni siquiera despreciaban el antiguo nombre que le daban los latinos al primer día de la semana, que se llamaba día del sol (dies solis, sentido que se conserva en inglés [sunday] y en alemán [sonntag]), porque para ellos Cristo era el sol de justicia y había traído la luz al mundo. San Justino era discípulo de los Padres Apostólicos, que eran a su vez discípulos de los apóstoles mismos, es decir que pertenecía a la tercera generación de cristianos.

 

Un precepto vigente


Éste doble precepto de darle culto al verdadero Dios un día de la semana y de abstenerse de trabajos innecesarios que nos impidan elevar el alma hasta Dios y contemplar la verdad, está vigente: sigue siendo la norma del Nuevo Testamento y seguirá siendo la ley hasta el final de los tiempos.


Por eso es que el Señor reprueba también cuando nosotros, los días domingo, tenemos otras actividades y nos olvidamos de Dios.


En la aparición de Nuestra Señora de La Salette, la Santísima Virgen dijo, entre otros mensajes, que el motivo de su tristeza es que los hombres serán castigados no solo por la apostasía o pérdida de la fe; sino por el descuido de los días sagrados.


El descanso, por lo tanto, además de que nuestro cuerpo lo necesita (porque no somos máquinas), es una necesidad física y corporal y, descansando se responde a una ley natural. Además de eso el cristiano debe de descansar para atender el sentido sobrenatural; es decir lo que llamaban los antiguos el vacare in Deo, es decir, descansar en Dios. De esta expresión latina viene nuestro término de vacaciones.

 

El trabajo es para vivir y el descanso para salvar el alma


Cuando la legislación era católica se inspiraba en esto y se ordenaba en torno al domingo, haciendo posible que las personas trabajaran el resto de la semana para que se ganaran el sustento y descansaran el domingo.


Contrario a lo que se piensa, la normativa de trabajar ocho horas por día no viene después de la revolución industrial ni de ninguna instancia de derechos humanos, según lo asegura el discurso moderno, ¡no! Todo eso lo estableció el rey católico Felipe II, el último de los grandes Austrias.


Es muy importante tener esto claro, ya que esta generación católica se preocupó de que el hombre tuviera su trabajo y su sano descanso porque el hombre no es el engranaje de una máquina, como lo sostiene el comunismo -que tiene que ser aplastado y destruido-, sino más bien sostiene que el hombre tiene un alma qué salvar y que los bienes inferiores deben ser ordenados conforme a los superiores.


El trabajo es para vivir, pero uno vive no solo para este mundo, como si fuera una máquina, sino que uno vive para sentir, siente para conocer y conoce para amar a Dios, como escribió sabiamente el Padre Julio Meinvielle. Ese es el orden que debe tener el ser humano y en ese orden encaja a la perfección el descanso (insisto), no solo por una necesidad física, sino por la necesidad de salvar el alma.


Pidamos a la Santísima Virgen que nuestro descanso esté solo en las cosas de Dios, que no descansemos en el pecado, que nos conceda el sentido cristiano del descanso, del domingo y que podamos ordenar toda nuestra vida conforme a la eternidad.


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