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El Mandato Misionero Sigue Vigente

No dejemos a un lado la misión: Cada alma que sea conquistada para el Reino de Dios se vuelve fecunda y difunde a su alrededor la luz de Dios.



Por Hno. Elías


Iniciamos hace algunas semanas un camino para descubrir cuatro pilares en los que nos debemos fortalecer para enfrentar el combate espiritual.


Ya hemos tratado en este espacio los siguientes:




El día de hoy corresponde hablar del tercer pilar: La misión.


Para no quedarse atrás en el enfrentamiento con los poderes anticristianos, es absolutamente indispensable continuar con el mandato misionero que el Señor Resucitado le encomendó a la Iglesia, sin ambages ni adulteraciones. Recordemos las palabras finales del evangelio de Mateo (28,18-20), cuando Jesús les dice a sus discípulos:


“Se me ha dado toda potestad en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándoles en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo cuanto os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.” 


Este mandato constituye también un arma ofensiva en el combate espiritual contra las tinieblas, porque cada alma que sea conquistada para el Reino de Dios normalmente se vuelve fecunda y difunde a su alrededor la luz de Dios. Cuando San Pablo describe la armadura con la cual hemos de revestirnos para el combate espiritual (Ef 6,11-18), también hace alusión a la misión: “Calzados los pies, prontos para proclamar el Evangelio de la paz” (v. 15).

 

Esta paz significa, en primer lugar, paz con Dios, de quien procede la verdadera paz entre los hombres. El Diablo (el término griego διάβολος – diabolos– hace alusión al calumniador; el que divide y enemista) intenta exactamente lo contrario: separar a los hombres de Dios y crear división entre ellos, o generar una aparente y falsa paz, que no tiene como fundamento la verdad.  


El mandato misionero se mantiene en pie sin cambios

 

La misión es participar en la obra redentora de Cristo. El Señor quiere hacernos partícipes de esta obra; más aún, quiere incluso “necesitarnos”. Esto puede llenarnos de un “santo orgullo”; pero, al mismo tiempo, estremecernos, al considerar la gran responsabilidad que se nos ha confiado.

 

Aun si las cabezas de la Iglesia se desviasen cada vez más de la misión tal como Jesús nos la encomendó, esto no es motivo para hacerlo también nosotros. ¡Al contrario! Nadie está obligado a seguir indicaciones erróneas; pero todos tenemos el deber de servir a la verdad

¡Y esta verdad no ha cambiado! ¡El mandato misionero sigue vigente! Podemos meditarlo detalladamente en el breve pasaje del evangelio de Mateo citado al inicio, y también lo encontraremos en muchos documentos de la Iglesia.

  

El diálogo interreligioso sólo contará con la bendición de Dios cuando tenga como intención ayudar a los miembros de otras religiones a encontrar la puerta que conduce al verdadero Pastor y a su rebaño (cf. Jn 10,16).

  

La salvación de las almas sigue estando en primer plano en la evangelización, y esto implica, ante todo, la conversión de los hombres a su Redentor, porque sin la Cruz nadie podrá llegar al Padre Celestial:  “Nadie va al Padre sino por mí” –nos dice claramente Jesús (Jn 14,6).

 

Ahora bien, hay diversas formas de servir a la misión de la Iglesia.

  

La misión interior

 

El Padre Gabriel de Santa María Magdalena, carmelita, nos da una visión  profunda sobre el “apostolado interior”:

 

“La cooperación con Jesús en la salvación de las almas (…) encuentra su núcleo más profundo en la oración y en el sacrificio, porque Jesús mismo redimió el mundo predominantemente por medio de la oración y el sacrificio. En efecto, Jesús no sólo nos redimió a través de la predicación, de la formación, de la institución y administración de los sacramentos; sino también a través de la obediencia y el silencio de su vida oculta; a través de la oración, que se menciona tan a menudo y explícitamente en el evangelio; y, sobre todo, a través del sacrificio de la Cruz, en la cual llevó a culmen toda su obra redentora.”

 

San Juan de la Cruz nos dice que “precisamente así [en la Cruz], realizó la mayor de todas las obras que llevó a cabo en su vida (…): la obra de reconciliar y unir a los hombres con Dios por medio de la gracia.”

 

Por ello, es necesario señalar en particular la fecundidad del así llamado “apostolado interior”, del cual cada uno puede tener parte. Quisiera insistir en este punto, porque de ello vive la Iglesia y se fecunda su apostolado exterior. Escuchemos nuevamente al P. Gabriel:

  

“Cuanto más participemos de aquello que fue lo más profundo y fecundo en  la obra de Cristo, tanto más eficaz será nuestro apostolado. Esto sucede precisamente a través de la oración y el sacrificio abrazado con generosidad y perseverancia, uniéndolo al sacrificio de Cristo y para la salvación de las almas.”

 

Vemos aquí el vínculo indisoluble entre el camino de la santidad y la misión, si queremos alcanzar la mayor fecundidad posible.


Entonces, en unión con el Señor, no sólo hemos de continuar con la misión; sino intensificarla, sea de la forma que fuere.

  

Misión en vista de una crisis


En vistas de una crisis se vuelve aún más urgente la misión, porque el Señor permite las crisis para que nos acordemos de Él.

  

Para las personas en el mundo, el mensaje es que no se puede simplemente dejar de lado los mandamientos de Dios, y que el bienestar terrenal y las seguridades de la vida pueden tambalear de un día al otro. Es un mensaje de que uno no puede hundirse en el pecado y en las insignificancias de la vida. Vivir así no corresponde a la dignidad del hombre, ya que ha sido elevado a ser hijo de Dios (cf. 1Jn 3,1). Nuestro Padre Celestial quiere que todos los  hombres se conviertan y conozcan Su amor.


Pero debe haber personas que testifiquen este amor, y en cuya vida este amor sea palpable. Sabemos cuán generoso es nuestro Padre. Siempre está dispuesto a perdonar, cuando el hombre se vuelve a Él y se convierte. Pero, ¿cómo creerán las personas, si no escuchan el mensaje de la salvación? ¿Quién se lo anunciará? (cf. Rom 10,14)

  

Tanto más severamente será examinada la Iglesia, en cuanto que a Ella le ha sido confiado el mensaje de la salvación. “Al que se le ha dado mucho, mucho se le exigirá” (Lc 12,48).

  

La Iglesia debe reconocer sus desviaciones, y volver al camino dispuesto por Dios, en consonancia con el camino precedente de la Iglesia. El adaptarse a la mentalidad y al comportamiento del mundo lleva al error y abre las puertas a las influencias anticristianas. En efecto, éstas son ya muy notorias.


Si no hay conversión, entonces las autoridades de la Iglesia, en lugar de anunciar el Evangelio con fuerza y llamar a todos los hombres a seguir a Cristo, seguirán perdiéndose en diálogos estériles o incluso erróneos, y se debilitará el claro testimonio de la Iglesia. Si esto sucede, Ella se convertirá cada vez más en un instrumento del Anticristo, e incluso cooperará con él, sin saber lo que está haciendo.

  

No todos los católicos seguirían una dirección equivocada; pero sí la gran mayoría. Para quienes no estén dispuestos a seguir estos caminos, empezará un tiempo difícil, que, de hecho, ha comenzado ya. Sin embargo, el Señor los asistirá y, en tiempos de tribulación, tendrán el reto de fortalecer su testimonio. Probablemente algunos incluso padezcan el martirio.

  

Entonces, los tiempos de crisis, entendidos como una advertencia del Señor, exhortan a la Iglesia a retomar la misión que le corresponde en este mundo. Ella debe librarse urgentemente de las cadenas con las cuales está ya  envuelta.


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