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El pecado que no se perdona

Decía el Padre Jorge Loring que al infierno solo van los voluntarios. Encuentra aquí, oh alma, cuáles son los pecados que impiden la gracia de Dios y serán un obstáculo para tu salvación. 



P. Jorge Hidalgo 


Por todos es conocido que la santificación de las almas se debe a la acción del Espíritu Santo en nosotros. Es Él el que tiene la función de llevarnos hasta Dios; por eso Jesús dijo que nos convenía que Él se fuera por su Ascensión a los Cielos, porque si no se iba, el Espíritu Santo no iba a venir a nosotros. 


Es el Espíritu Santo el que nos hace llamar a Dios Abbá -es decir Padre-, es el Espíritu Santo el que nos mueve para creer, de tal modo que nadie puede decir Jesús es el Señor, sino está inspirado por el Espíritu Santo; es decir que todas las acciones vienen de éste Divino Espíritu. 


¿Cuál es, entonces, el pecado contra el Espíritu Santo? Es, justamente, oponerse a esta acción santificadora, oponerse a esa renovación interior que Dios quiere hacer en nuestras almas. Dios actúa en nosotros gracias a las virtudes teologales, que son la fe, la esperanza y la caridad. Por estas virtudes, que son las principales, es que podemos creer, esperar y amar a Dios sobre todas las cosas, y amamos al prójimo por amor a Dios. Por ellas tenemos el inicio, el ejemplo y el término en Dios. 


Esto es la vida teologal y lo contrario son justamente los pecados contra el Espíritu Santo: todo lo que va en contra de la santificación que quiere hacer Dios en nuestro corazón y también cuando nosotros ponemos un obstáculo a esta obra de Dios. 


El pecado contra la Fe


Contra el don de la fe, el pecado del Espíritu Santo es luchar contra Dios o luchar contra la fe de Dios. Santo Tomás, sintetizando toda la tradición, decía que el pecado de ir contra la fe se llama impugnar la verdad conocida. Es decir, que es cuando conoces las cosas de Dios, pero este conocimiento lo usas para el mal, para difundir mentiras, atacar la fe católica o para que la gente no se salve. 


Se trata, sin duda, de un pecado muy grave, porque es usar la Palabra de Dios para el mal. Esto ocurrió cuando el diablo tentó a Jesús en el desierto: Satanás utilizó la Palabra de Dios pero para su propia conveniencia, se trataba de una maquinación, un trabajo intelectual; pero no para el bien, sino para el mal y no para servir a Dios, sino al otro. Se trata de un pecado terrible. No te salvas por tus propias fuerzas y no te condenas por tu propio juicio.


Los pecados contra la Esperanza


La virtud de la esperanza nos hace poner en Dios nuestra confianza, de tal forma que gracias a sus divinos auxilios, nosotros podemos salvarnos. Contra esta virtud hay dos pecados contra el Espíritu Santo: la presunción y la desesperación. 


Por la presunción una persona se jacta o cree que va a salvarse por sus propias fuerzas. Hay dos ejemplos muy conocidos sobre esta presunción.


El primero es la presunción pelagiana. Pelagio era un monje que creía que era muy bueno. Se fue al desierto a hacer mucha penitencia, rezaba mucho y creía que eso era suficiente para salvarse, lo cual es falso. Es la gran tentación del diablo que ocurrió también en el Paraíso, cuando el demonio aseguró a Adán y Eva que si comían de dicho fruto, serían como dioses. También ocurrió en el mito de Prometeo, de la literatura griega, que para ser como dios entró al Olimpo para robar el fuego.


 La tentación es querer ser como Dios, pero no hacer lo que Él quiere, sino como yo quiero, con mis fuerzas, por mis propios medios, o poniendo la forma que a mí se me ocurra. No es casualidad, justamente, que en el edificio llamado Rockefeller Center, donde se deciden gran parte de los destinos del mundo, en Nueva York, y teniendo muy cerca la sede principal de la ciudad de la Organización de las Naciones Unidas, está representado el mito de Prometeo. No es casualidad, porque es lo que el hombre actual piensa, lo que el mundo promueve, que vas a lograr las cosas por tus propias fuerzas, por la ciencia o el progreso y esto no es así, esto es ir en contra de la propia naturaleza.


La segunda clase de presunción es la luterana. Lutero decía: peca fuerte y cree aún más fuerte porque Dios te va a salvar igual. Por supuesto que éste es un gran error porque no es que Dios me va a salvar por el simple hecho de creer, porque puedo decir que creo, pero si no vivo conforme a la fe que creo, eso no me alcanza para salvarme. Si tienes fe en Dios pero abortas, estafas, no quieres confesarte o en general no sigues los mandamientos, Dios no te va a salvar. Para salvarse es necesario vivir de acuerdo con la fe que predico y creo; por eso dice Santiago en su carta: “muéstrame si puedes tu fe sin las obras, que yo por mis obras te demostraré mi fe”. 


La desesperación, tristemente, es un pecado muy común en nuestra época. Es pensar que no puedes salvarte porque te alejaste de Dios, porque Él no te podría perdonar. Esto también es falso, claro que Dios me puede perdonar porque si nosotros confiamos en su Divina Providencia, no importa que hayamos sido los pecadores más grandes del mundo, Dios siempre me puede perdonar si estás sinceramente arrepentido. No importa cuál sea el pecado, así hubieras pertenecido a una banda criminal, hubieras vendido droga o las peores cosas que de hecho ocurren, Dios puede perdonarnos. 


Jamás hay que caer en el pecado de la desesperación porque el Señor ha querido quedarse en el Sacramento de la Misericordia, el Sacramento del perdón, que es la confesión a través del cual Él nos perdona y nos hace renacer de nuevo a la vida de la gracia. 


El pecado contra la Caridad


Contra la caridad, es decir contra el amor a Dios, el pecado contra el Espíritu Santo es el odio a Él o la envidia por alguien que hace el bien. Esta envidia es tan grave que es el pecado del diablo y es mencionada en el libro de la Sabiduría: Por la envidia del diablo entró la muerte al mundo, dice el texto Sagrado. Los judíos entregaron a Cristo a la muerte, entonces a esta envidia nos estamos refiriendo. Para comprender la gravedad de este tipo de envidia, tengamos presente que es el pecado que llevó a Jesús a la muerte; la envidia que le tenían los fariseos los llevó a tramar su muerte.


Que distinto es cuando intentamos servir a Dios, aún conscientes de nuestras miserias, pero le ofrecemos nuestro servicio con nuestras limitaciones; por el amor con que lo hacemos, este servicio se mezcla con el que le prestan los ángeles a Dios. Pero al igual que los ángeles trabajan para estar al servicio de Dios, los demonios no quieren servirle y trabajan para perder las almas e igualmente hay personas en la tierra que trabajan contra Dios, que no quieren servirle y que -aunque parezca impensable- luchan contra Dios, a esto es a lo que se llama el odio de Dios. 


Impenitencia y obstinación


De la mano de estos pecados están otros obstáculos que se ponen voluntariamente y obstaculizan la gracia de Dios: la impenitencia y la obstinación en el pecado. 

La impenitencia es cuando no se quiere pagar por los pecados cometidos, no se quiere reparar por la ofensa cometida contra Dios, no se quiere hacer penitencia. La obstinación es cuando la persona no quiere convertirse, cuando una persona dice: “Yo ya soy así y qué”. Ambos pecados están muy relacionados y es tanto el desorden en la vida de la gracia, que se crea una cerrazón en el alma y estando en esta situación es casi imposible que una persona se arrepienta; pues, evidentemente Dios respeta nuestra libertad. 


Si bien es cierto que a San Pablo, Dios lo tiró del caballo (pero Pablo -Saulo antes de su conversión- buscaba la verdad, solo que estaba confundido); como a él, Dios podría darnos una sacudida y convertirnos, pero, como dice San Agustín: “El Dios que te creó sin ti, no te salvará a ti sin ti”, y si nosotros no queremos convertirnos, entonces Dios no nos va a obligar, porque la gracia que actúa en el interior de nuestra alma, depende también de mi cooperación, de mi libertad, de decirle a Dios: sí quiero salvarme, sí quiero vivir en gracia de Dios, sí quiero cambiar este pecado que está mal, sí voy a arrepentirme aunque después me señalen todos con el dedo y piensen que soy un loco; lo que me interesa a mí es llegar al Cielo. 


La práctica de las virtudes teologales para salvarnos


Los pecados anteriores van contra la vida teologal por lo que para evitarlos debemos hacer lo contrario a lo que hace la tentación: debemos hacer actos de fe, actos de esperanza y actos de caridad. Debemos aferrarnos a la Palabra de Cristo, creer lo que la Santa Iglesia Católica nos enseña, no creer según nuestro propio juicio; debemos hacer actos de esperanza sobrenatural, esperando sobrenaturalmente contra toda esperanza humana, poniendo nuestra confianza no en el dinero, no en el poder, no en nuestra apariencia o lo que fuere, sino en la gracia de Dios, en Su auxilio, ya que Él nos quiere llevar al Cielo. 


Ante todo, debemos amar a Dios sobre todas las cosas y por Él, debemos sacrificar todo si fuera necesario, porque eso nos va a dar el Cielo y la vida eterna y porque amamos a Dios sobre todas las cosas. Tenemos que amar al prójimo, no porque me cae bien o simpático, sino amarlo para Dios, amarlo para el Cielo y la eternidad, ésta es la verdadera caridad sobrenatural. 


Debemos realizar actos de fe, esperanza y caridad cuando tenemos uso de razón, cuando estamos tentados, hacerlos muchas veces en la vida y en la hora de la muerte. Realizar un acto de fe, esperanza y caridad, significa volver a elegir a Dios, es una de las etimologías de la palabra religión. 


Que nuestra Señora, la Virgen Santísima, nos enseñe a tener esos actos de fe, esperanza y caridad: Ella es el camino más seguro para cumplir la ley de Dios, para ser dócil a las inspiraciones del Espíritu Santo, para santificarnos y para reparar frente a tantos que no creen, no esperan, no adoran y no aman a Dios. Pidamos a Nuestra Madre Santísima que nos conceda tener esa visión del Cielo que Ella tenía, para que así también podamos recibir un día el premio eterno que Dios tiene preparado para los que le aman.


Anexamos las siguientes oraciones para ayudar al lector a crecer en las virtudes teologales:


Acto de Fe

Dios mío, creo firmemente todo lo que cree y enseña la Santa Iglesia Católica, Apostólica, Romana; porque eres Tú, Verdad infalible, quien se lo ha revelado.

 

Acto de Esperanza

Dios mío, espero con firme confianza que me has de dar por los méritos de Jesucristo, tu gracia en este mundo, y observando tus mandamientos, tu gloria en el otro, porque me lo has prometido y eres todopoderoso, bueno y fiel a tus promesas.

 

Acto de Caridad

Dios mío, te amo con todo mi corazón, con toda mi alma, con todas mis fuerzas y sobre todas las cosas; por ser infinitamente bueno e infinitamente amable, y amo a mi prójimo como a mí mismo por tu amor.


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