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El que Hace la Voluntad de Dios, ese es mi Hermano

Es importante quitarnos la idea mundana o carnal, porque la familiaridad que busca nuestro Señor es la que viene del Espíritu Santo


P. Jorge Hidalgo

 

Nuestro Señor Jesucristo fue a su pueblo, pero los suyos lo vieron con ojos humanos, no lo vieron con los ojos de la fe y por eso no reconocieron su divinidad. Revisemos el texto bíblico:


En aquel tiempo Jesús se dirigió a su pueblo seguido de sus discípulos. Cuando llegó el sábado se puso a enseñar en la sinagoga y la multitud, al oírle, quedaba maravillada, y decía: «¿De dónde le viene esto? y ¿qué sabiduría es esta que le ha sido dada? ¿Y esos milagros hechos por sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿Y no están sus hermanas aquí entre nosotros?» Y Jesús era para ellos un motivo de escándalo.


Por eso les dijo Jesús les dijo: «Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa.» Y no podía hacer allí ningún milagro, a excepción de unos pocos enfermos a quienes curó imponiéndoles las manos. Y Él se asombraba de su falta de fe. (Mc 6, 1-6)


¿Por qué Jesús no pudo hacer muchos milagros en su patria?


Cristo tenía -por así decir- las manos atadas; por supuesto que es Dios, pero en esta cita se cumple aquello que dice San Agustín: El Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti.

Dios nos quiere dar el don de la fe y éste regalo es una gracia, pero para que el hombre la reciba, Dios requiere de nuestra respuesta; cuando ésta no se da, el hombre le cierra el corazón por dentro a nuestro Señor Jesucristo y no lo deja actuar, porque Dios quiso que libremente lo amáramos.


¿Quiénes son sus hermanos?


Conviene aclarar, dada la cita bíblica que estamos analizando, el término hermanos. ¿Jesús tenía otros hermanos? ¿La Virgen María realmente no lo era? Los hermanos a los que se refiere este Evangelio no eran hijos de la Santísima Virgen ni tampoco de San José. La palabra ‘hermano’ en la Sagrada Escritura, quiere decir primo, pariente, conocido, incluso que vivía no solo en la misma localidad sino en la misma región.

Por ejemplo, sabemos que Lot era el sobrino de Abraham y cuando discuten los pastores de uno y otro dicen: no haya discusiones entre uno y otro y entre ustedes y nosotros, porque somos hermanos (cf. Gen. 13, 8); siendo, sin embargo, que uno es tío y otro es sobrino (cf. Gen. 11, 27-31).

 

Lo cierto es que el término hermano quiere decir que sí pertenecían a la misma familia, al mismo clan, no necesariamente tener al mismo papá y a la misma mamá; para que nadie se deje confundir por los protestantes que mal interpretan la Sagrada Escritura para negar la Virginidad Perpetua de Nuestra Señora o la castidad perfecta de San José, diciendo que él tuvo un matrimonio previo y con en el cual estos hijos “Santiago, José, Judas y Simón” serían hijos de José en un matrimonio previo. Eso es falso. Quien lo aclara perfectamente es San Jerónimo, Doctor Máximo en Sagrada Escritura[1].

 

Los más allegados lo rechazaban

 

Lo cierto es que los que se cuestionaban del poder de Cristo y de su sabiduría, eran los más allegados a Él, dudaban porque lo conocían desde pequeño, y decían “no es este el hijo del carpintero”, como decir, ‘si a éste lo conocemos, ya sabemos quién es, ¿cómo puede ser que tenga esta sabiduría, esta ciencia?, ¡no puede ser!’. Se daban cuenta de que tenía una ciencia superior que rebatía a todos, se daban cuenta que hacía milagros que no están en la capacidad humana y aún así tenían sus peros, sus límites, midieron a Jesús con una inteligencia carnal o humana y no con la mirada sobrenatural de Dios o con la mirada de la fe.

 

¿Dar testimonio de Cristo es causa de escándalo?

 

Hay dos clases de escándalo, uno es el teológico, que es al que se refiere Jesús cuando dice: Quien escandalizare a uno de estos pequeñitos que creen, más le valdría le atasen alrededor de su cuello una piedra de molino de las que mueven un asno, y que lo echasen al mar. (Mc 9, 42); esto se refiere al escándalo que nosotros provocamos a otras personas poniéndolos en ocasión de pecado, especialmente de pecado mortal.

 

Pudiera ser el caso, por ejemplo, de quienes imponen o practican modas indecentes o inmorales e inducen al pecado a otras; pero no es el caso de este tipo de escándalo el que causaba Jesús en su patria, sino que se trataba del escándalo farisaico, porque esas personas tenían una mala intención y no podían aceptar la fe que venía de Jesucristo porque como quedó expuesto anteriormente, lo miraban de una manera puramente carnal, lo miraban como si fuera solamente un pariente.

 

Tu hermano es quien hace la voluntad de Dios

 

Por eso nuestro Señor, en otro texto sagrado va a decir: ¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? -no está despreciando a la Santísima Virgen- Quien quiera que hace la voluntad de mi Padre celestial, éste es mi hermano, hermana o madre. (Mt 12, 48, 50). Eso quiere decir que todos nosotros, como comenta San Ambrosio, tenemos qué ser hermano y hermana de Cristo por el santo bautismo, viviendo la fe que recibimos con el primer sacramento de la iniciación cristiana.

 

Dice el gran santo milanés que incluso tenemos que ser “madre de Cristo”, engendrando a Cristo en nuestra alma por la fe; que Cristo viva en vuestros corazones por la fe, dice San Pablo (Ef 3, 17). Y además nosotros debemos ser “madre de Cristo”, engendrando a Cristo para los demás; por lo tanto aquí hay un nuevo parentesco, como dice el Evangelio de San Juan: Estos son no los que nacieron ni de carne, ni de sangre; sino los que fueron engendrados por Dios (Jn 1, 13). Es lo mismo a que se refiere Jesús en la cita anterior, no importa para nosotros un parentesco carnal, yo soy hijo de fulano, o yo soy pariente de mengano. Ése fue el error de los judíos, ellos se quedaron simplemente en una ascendencia carnal, al decir que somos hijos de Abraham. Lo cual era verdad: descendían del Padre de la fe. Pero vivieron de una manera muy lejos del querer de Dios y mataron a Cristo. 

 

Por eso es importante quitarnos la idea de lo mundano o carnal, porque justamente la descendencia o la familiaridad que busca nuestro Señor es la que viene del Espíritu Santo, es la que viene engendrada de nuestros corazones por la gracia, por la vida sobrenatural que nosotros debemos tener en nuestra alma.

 

Este tema es el que ha sido la gran piedra de escándalo y de tropiezo de los judíos, por eso nosotros tenemos qué ser como el olivo silvestre que ha sido injertado en el árbol natural. El árbol natural eran los judíos porque “la salvación viene de los judíos” (Jn. 4, 22), dice Cristo a la samaritana, pero sin embargo los judíos rechazaron la salvación porque se quedaron justamente en este parentesco carnal.

 

Por esa razón el árbol silvestre ha sido injertado en lugar de la rama natural, esto es lo que explica San Pablo en la carta a los Romanos y es el gran motivo por el cual los judíos no creen, se cierran en su esquema y creen que la salvación es solamente para ellos y creen que todo el mundo debe servirles sí o sí a ellos. Por el contrario, nosotros sabemos muy bien que nuestro Señor ha traído un nuevo nacimiento, ese nacimiento es el santo bautismo con el cual nosotros tenemos que tener un parentesco especial con Jesús. 

 

Pidamos a la Santísima Virgen la gracia de darnos cuenta que Dios nos llama a una vida distinta, a una vida en Dios, a una vida sobrenatural y que para eso es necesario que nosotros correspondamos con nuestra libertad a la gracia de Dios. Que ante todo seamos hijos de Dios por el bautismo, que vivamos según ese bautismo para ser hermanas, hermanos e incluso madre de Cristo, viviendo de acuerdo con la fe que indignamente hemos recibido.

 

Que Nuestra Señora nos conceda la gracia de fructificar en nosotros el bautismo, que trabajemos por nuestra salvación “con temor y temblor” (Flp. 2, 12) como dice San Pablo, que nosotros correspondamos a la gracia de Dios, que nosotros seamos en verdad hermanos de Cristo.

 

Que Ella, que tiene una relación de afinidad con la Santísima Trinidad porque es la Hija predilecta del Padre, la Madre de Dios Hijo, y la Esposa del Espíritu Santo, nos conceda esa docilidad que tuvo a las inspiraciones de Dios para que también nosotros tengamos parte en el premio eterno donde ella está con Cristo para siempre.



[1] «Creemos que Dios ha nacido de una virgen, porque lo hemos leído. No creemos que María se haya unido conyugalmente después del parto, porque no lo hemos leído. […] Apoyándonos en una mera posibilidad, podríamos opinar que José hubiese tenido varias esposas, como las tuvieron Abraham y Jacob, y que de ellas procedieran los hermanos del Señor; hay muchos que así lo suponen, dejándose llevar más por una audacia temeraria, que por la piedad. Tú dices que María no permaneció virgen; yo digo más: que incluso el mismo José fue virgen por María, de tal modo que de unas nupcias virginales nació un Hijo virgen. En efecto, si la fornicación es inadmisible en un varón santo y no está escrito que él haya tenido otra esposa, resulta que fue más bien custodio que marido de María, de la cual él era tenido por esposo. Queda, pues, como conclusión que permaneció virgen con María aquel que mereció ser llamado padre del Señor.» (San Jerónimo, Sobre la virginidad perpetua de la Santísima Virgen, contra Helvidio [año 383], 19)

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