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El Sacramento de los Moribundos

Cuando algún ser querido se enferma gravemente hacemos todo lo humanamente posible para que recupere la salud, consultamos a más de un especialista en busca de una mejor opinión que garantice la salud del ser querido, probamos todo tipo de medicamentos o remedios por ridículos que sean; y, en el mejor de los casos, pedimos a nuestros amigos y familiares que pidan a Dios por la salud del enfermo.


Pero, ¿qué nos toca hacer como cristianos que decimos ser? Esperar que se haga la Voluntad de Dios. Confiar y aceptar lo que el Señor quiera.



Por Catalina Villanueva


Indiferencia o predilección por los enfermos


La enfermedad es una realidad humana que, independientemente de cuál sea la  causa, nos quita la tranquilidad. No distingue edades ni tampoco condición social, es una situación que se presenta en esta vida y que se debe atender con las herramientas que ha confiado Cristo Jesús a su Iglesia para aceptarlo de la mejor manera y para hallarle sentido al padecimiento de la enfermedad.


El auxilio a los enfermos, sobre todo cuando no son familiares, no es popular entre los fieles; no es algo que preocupe al común de la gente a menos qué el enfermo sea la misma persona o un familiar. Y esto a pesar de que la Iglesia nos enseña a rezar por los enfermos e incluso visitarlos, como dice una de las Obras de Misericordia. Jesús mismo nos lo enseñó cuando intervino en la sanación de muchos enfermos.


En las Sagradas Escrituras se puede comprobar una especial predilección de Jesucristo por los enfermos. Jesús los mira con compasión y los atiende porque se dirige a ellos, los busca, los sana. La Biblia nos da muchos ejemplos del obrar sanador del Señor. Un caso es el del paralítico que bajan en una camilla por el techo para que pueda estar cerca de Jesús (Mc 2, 3-12). La desesperación del enfermo movió a sus amigos por llevarlo a Jesús, a tal grado, que rompen el techo de una casa (una casa que no era la suya).


Otro caso parecido lo tenemos en la piscina de Bethesda (Jn 5, 2-15), donde también tenemos a una persona postrada por años, pero, a diferencia del anterior, éste hombre está sólo. Espera que alguien lo lleve para sanar, pero pasa casi inadvertido. Tal vez haya algunos de los lectores que providencialmente fueron asistidos en su enfermedad por sus seres queridos; mientras que otros, han tenido que vivir su enfermedad en soledad. Nadie se salva solo. El Buen Dios nos hizo para vivir preocupados del prójimo. La otra persona, sea quien ayude y asista al enfermo, así como el enfermo, muestran el rostro mismo de Cristo.


Esos enfermos del Evangelio y tantos otros, han experimentado una sanación no solo física, sino mental y espiritual. 


Jesús, Médico de almas


Todo el ser de la persona (cuerpo, alma y espíritu) puede ser afectado por una enfermedad. En el encuentro con el Señor, Él sana y restaura lo perdido. Jesús no sana sólo el cuerpo, también sana el alma, la conciencia, sana nuestro pasado y nuestras heridas, quizás aquellas que sólo Dios ha visto en lo secreto.


Muchas enfermedades pueden afectar a cada individuo, pero sólo buscamos ayuda cuando se trata de la sanación física, incluso mental en nuestro tiempo. Se nos olvida, en cambio, la sanación del alma y  tampoco creemos lo suficiente para ir a buscar a un sacerdote en primera instancia, cuando el sacerdote mismo actúa en la persona de Cristo.

 

Entonces, ¿qué tan dispuesto estoy a dejarme sanar por Dios? ¿Sólo debemos ir donde el sacerdote cuando nos vamos a morir o un cercano está agonizando? No, no es necesario esperar a sentir la muerte cercana para acudir donde un sacerdote, ante cualquier síntoma de enfermedad espiritual podemos acudir al sacerdote, ya que Jesús es capaz de sanarlo todo. La unción de los enfermos, en cambio, sí está dispuesta para los enfermos físicos que están en peligro mortal.


Efectos del Sacramento de la Extremaunción


Cristo nos ha dejado los sacramentos como medios sensibles para nuestra salvación.  La extremaunción es un sacramento que alivia el alma y el cuerpo de los enfermos.


Tal como lo señala el Catecismo Mayor, éste sacramento puede tener varios efectos: Aumentar la Gracia santificante, borrar los pecados veniales y aun los mortales que el enfermo arrepentido no hubiere podido confesar, quitar aquella debilidad y desmayo para el bien, que dura aún después de alcanzado el perdón de los pecados, da fuerzas para sufrir con paciencia la enfermedad, resistir las tentaciones y morir santamente, e incluso ayuda a recobrar la salud del cuerpo, si esto conviene a la del alma.


Conocemos el alivio una vez que experimentamos el dolor. Quienes recibirán la unción de los enfermos, es recomendable que reciban con este sacramento el alivio en Dios. Buscar el sacramento o recibirlo no necesariamente es señal de que deben esperar la muerte. Los sacramentos son de quien es la Vida y son para los vivos. Esperemos en Dios que es compasión, misericordia y que se identifica con el sufriente; que se haga Su Voluntad.


Mientras, dejémonos llevar por su amor y que, la propia experiencia de enfermedad se convierta en testimonio de alegría y esperanza frente a este mundo que no quiere el consuelo de Dios.




1 comentario

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1 commento


Ospite
11 giu

Muy interesante, es bueno llevarlo a la práctica.

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