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El Verdadero Católico Debe ser Eucarístico

Debemos anhelar estar con Jesús Eucaristía y podremos encontrarlo siempre en la Santa Misa y acompañarlo en el Sagrario.  



P. Jorge Hidalgo

 

Cuando Nuestro Señor Jesucristo, en la última cena tomó el pan y después tomó el cáliz lleno de vino y dijo: “Esto es Mi Cuerpo, éste es el cáliz de Mi Sangre”, no habló en sentido figurativo; Cristo nos dijo que Su presencia es real, es verdadera y es lo que la Iglesia ha creído siempre.


San Ignacio de Antioquía, por mencionar un ejemplo, fue uno de los santos que en el siglo II sostuvo esta verdad. Decía: “Nuestro Señor… es, con toda verdad, del linaje de Dios según la carne, hijo de Dios según la voluntad y poder de Dios, nacido verdaderamente de una virgen… Todo eso lo sufrió el Señor por nosotros a fin de que nos salvemos; y lo sufrió verdaderamente, así como verdaderamente se resucitó a sí mismo, no según dicen algunos infieles, que sólo sufrió en apariencia… Poned, pues, todo ahínco en usar de una sola Eucaristía; porque una sola es la carne de nuestro Señor Jesucristo y un solo cáliz para unirnos con su sangre.”


Esta presencia real de Cristo se hace presente en la Eucaristía en dos facetas diferentes: la Santa Misa y el Sagrario.

 

La Santa Misa nos da la vida eterna


La Santa Misa no es un banquete, un baile, una fiestita; es ante todo el sacrificio de Cristo que es realizado de modo incruento; es decir, no sangriento, que es como Jesús murió en la Cruz, con dolor, con sangre, con lágrimas. En la Santa Misa su sacrificio se renueva pero de modo incruento, porque nosotros no vemos esa sangre y ese dolor, sin embargo la Misa tiene la misma eficacia que la muerte de Cristo.


Decía Santa Rosa de Lima que fuera de la Cruz, no hay otra escalera para subir al Cielo; lo mismo podemos decir de la Santa Misa, el que la desprecia voluntariamente se queda sin la gracia del Cielo.  Por eso es tan importante, mejor aún, es fundamental nuestra presencia en la Santa Misa.


El objetivo, acabar con la Santa Misa


Es justamente porque la Santa Misa es una escalera para llegar al Cielo, que se le tiene un gran odio, se le quiere “naturalizar”, hacerla mundana, convertirla en una fiesta e incluso quieren quitarla.


Sobre las gracias que la Misa confiere recuerdo las anécdotas de San Roque González, un mártir jesuita del siglo XVII. Escribió en una de sus cartas: “Acomodámonos en la choza ambos con unos apartadijos de caña, y con lo mismo estaba atajada una capillita poco más ancha que el altar, donde decíamos misa. Y con la virtud de este soberano y divino sacrificio de la santa cruz en que se ofreció y estaba allí triunfando, los demonios que antes se les aparecían a los indios, no se atrevieron a aparecer más, y así lo dijo un indio.”


Es lo que ocurre en nuestros tiempos; por el odio a la Cruz en la que Cristo manifestó su victoria y la derrota definitiva sobre el enemigo infernal, los demonios intentan impedir la Misa. Por eso los ataques, como introducir en la Misa payasos, títeres, trajes de baño o llegar al grado de suspenderla, como pasó en la pandemia, en donde se prohibió que se celebrara la Santa Misa para los fieles.


Y tú, solo un día a Misa, te conformas con lo mínimo


Todo católico que ame a Dios está obligado a actuar en contra de este odio a la Santa Misa, dándole más valor a este acto de renovación del sacrificio de Cristo que nos da la vida eterna.


No nos podemos quedar indiferentes frente a la Misa, tenemos que valorarla más; sin embargo, es lamentable observar que las personas reaccionan con desprecio a una invitación para asistir a la Misa. Dicen: “No me interesa”, “No voy”, “¿Para qué, si ir a Misa hoy no es obligatorio?” Muchos cristianos, en el mejor de los casos, se conforman con lo mínimo, asistiendo a Misa el domingo, porque con eso cumplieron con Dios. Y sí, efectivamente cumplieron, pero el que ama, busca estar con el amado. Cuando uno se limita a hacer lo mínimo en la vida espiritual, es un símbolo de tibieza y es necesario luchar contra ella.


La Eucaristía, presencia real de Cristo


Así como en la Santa Misa nos encontramos con la presencia real de Cristo por la renovación incruenta de su sacrificio en la Cruz, la encontramos también en el Santísimo Sacramento.


Esta presencia real, conforme lo dice la Sagrada Escritura, nos ofrece la vida eterna: Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado, y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por Mi. (Jn 6, 57).


Según San Juan Damasceno, lo más fundamental de la revelación del misterio de la Santísima Trinidad es justamente esto, el Hijo en el Padre y el Padre en el Hijo, misterio que se conoce como circumincesión o perijóresis (no hay nombre más fácil para decir eso). Esto se refiere a la presencia intratrinitaria de una persona divina dentro de las otras dos. Ello se da de modo análogo cuando nosotros recibimos a Cristo. Imaginémonos qué dignidad adquiere el hombre al recibir el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo en el Santísimo Sacramento. Y qué ingratos somos, por ende, cuando despreciamos recibirlo con dignidad y devoción.


En la Comunión, es Cristo en mí


No me puede dar lo mismo estar preparado para comulgar o no, no puedo caer en tibieza o en indiferencia. No puedo decidir simplonamente no confesarme, dejarlo para la semana que viene, un mes; e igualmente comulgar.


No puede darte lo mismo porque, salvando la infinita distancia, cuando comulgas bien, tu presencia está en Dios; entonces puedes decir como lo hizo San Pablo, Ya no soy yo el que vive, sino que es Cristo el que vive en mí (Gal 2, 20).


Por eso no puedes ser tibio, despreciar la comunión, comulgar una vez cada mes, cada semana, cuando no dejas pasar ni un día para entrar en contacto con la persona que amas.  Igualmente sucede con la confesión porque para poder comulgar dignamente, no puedes dilatarla ni dejarla para el final de tu vida.


Si sabes que Nuestro Señor Jesucristo está permanentemente en la Eucaristía, en la Santa Misa y que se queda también en el Sagrario, ve a visitarlo; no pongas pretextos porque tienes tiempo para todo, para hacer deporte, para estudiar idiomas, música, baile, que está bien, pero por igual dedica tiempo para visitar a Jesús en el Sagrario.


Decía San Manuel González, el obispo del Sagrario abandonado, que no debe haber pueblo sin Sagrario, ni Sagrario sin pueblo. Cada pueblo cristiano debería preocuparse por tener el Santísimo Sacramento en el lugar más digno de su ciudad. Ese sagrario debería ser el lugar más visitado, porque si Jesús es el más importante, ¿cómo no va a ser el más visitado?


Al contrario de la tibieza en estos tiempos, en donde el Santísimo se queda solo en el Sagrario, los santos le tenían una gran devoción. Hacían grandes peregrinaciones para ir a la Santa Misa, otros santos iban a Misa dos veces por día, como es el caso de San Luis Rey, que era el hombre más importante en su época.


El presidente de Ecuador, Gabriel García Moreno, iba a Misa todos los días y por eso lo asesinaron los masones al salir de Catedral. Como ellos, pensemos en tantos santos que lo que más deseaban era la Misa. “Quisiera hacer comprender a las almas que la Eucaristía es un cielo, puesto que el cielo no es sino un sagrario sin puertas, una Eucaristía sin velos, una comunión sin términos.” (c. 112), decía Santa Teresa de los Andes.


Si realmente nos diéramos cuenta que allí está todo porque está Dios, entonces cualquier sacrificio nos parecería poco.

 

Tú todavía puedes comulgar


Según la tradición católica, la Santísima Virgen María iba a Misa todos los días y recibía santamente la comunión de manos de San Juan.  Pidámosle a Ella que la presencia real de Cristo en el Santísimo Sacramento no nos sea indiferente, que crezca nuestro amor y nuestra devoción a Jesús presente en la Hostia Santa, porque como nosotros lo amemos en la tierra, así va a ser nuestro premio en el Cielo.


Que Dios nos ayude a responder al llamado de la Santa Misa, acudir más frecuentemente, a que crezca nuestro deseo y nos preparemos para recibirlo dignamente, que nos ayude a visitarlo más en el Santísimo.


Pidamos a Dios que extendamos Su presencia eucarística con la comunión espiritual, de tal forma que anhelemos vivir siempre unidos a Él por la gracia y la caridad.


Si los Santos y los Ángeles nos pudieran envidiar algo a nosotros -cosa que no es así porque ellos ven a Dios- pero si nos pudieran envidiar algo, sería porque todavía podemos venir a Misa y todavía podemos comulgar. Y mientras más comulguemos, más lo gozaremos para siempre. Que la Santísima Virgen dilate nuestro corazón para que lo recibamos santamente en este mundo y lo gocemos para siempre en la eternidad.


1 comentario

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Guest
Aug 27

Muy bueno!

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