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El Voto que ni es Útil ni es Católico

La elección en sí no es un fin, sino un medio para el pensamiento clásico. El objetivo de la elección es lograr el mejor de los fines. Es un instrumento que resulta útil para elegir entre el bien más conveniente y no entre males -mayores o menores-.



Por Anuar López


En el cuento de Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carrol, hay un curioso diálogo entre el “Minino de Cheshire” y la protagonista, que ilustra perfectamente la modernidad y su “salto al vacío”:


- “¿Me podrías indicar, por favor, hacia dónde tengo que ir desde aquí?”, pregunta Alicia.


- “Eso depende de a dónde quieras llegar”, contestó el gato.


- “A mí no me importa demasiado a dónde…”, explicó Alicia.


- “En ese caso, da igual hacia dónde vayas”, responde el gato.


Éste es el ejemplo claro del hombre prototípico moderno, que en su confusión no logra distinguir entre fines y medios. Habla de su derecho a la libertad como un fin en sí mismo y no como medio de perfeccionamiento para llegar a ser lo que potencialmente es, actualizando en su existencia lo que en su naturaleza ya está inscrito. Por ello es un hombre insustancial, como un número abstracto, vacío e indiferente -como afirmaba Bruno Genta-. Sin personalidad concreta y por esto mismo sustituible y reemplazable por otro hombre también abstracto, vacío e indiferente.


Los hombres sin rostro, sin distinción ni personalidad auténtica: piensan lo mismo, opinan lo mismo, desean lo mismo; visten igualmente a la moda, rayan sus cuerpos a la moda, siempre a la moda; por eso son “modernos”. “Son los diferentes”, que terminan pareciendo exactamente iguales.


Así se ha extendido la confusión, llevándola al campo de lo que en otro tiempo se definía como el conocimiento cierto de los objetos por sus causas, adquirido metódicamente por el hombre, que los clásicos categorizaran en ciencias teóricas, prácticas y productivas o técnicas, como magistral y sencillamente expuso el gran Aristóteles al comienzo de su Ética nicomáquea, siendo afirmadas como definitivas por el Doctor Angélico, santo Tomás de Aquino, en su brillante comentario a la citada obra del Estagirita.


El hombre moderno, que confunde su unidad con su humanidad - ¿Será porque ambas terminan en la sílaba “dad”? – ha olvidado que la política es una ciencia práctica -no pragmática, ni utilitaria- y ha venido a pensar que es una ciencia productiva o técnica. La primera, la de la ciencia práctica, reconocía que el hombre contaba en su naturaleza con el libre arbitrio como un medio para lograr su perfeccionamiento natural como finalidad, que era el cumplimiento de sus talentos y su vocación; por ello es por lo que categorizaba a la política como una ciencia libre, es decir, como una ciencia moral que le permite obrar, responsabilizándose de su actuar.


Este hombre moderno ha decidido postular su libertad como fin en sí misma, ha descendido la política a la producción técnica, en la que las ciencias matemáticas le son de gran utilidad para medir, restar, dividir y sumar; por lo que la política actual -inescindible de la democracia ideológica- para él ha venido a parar en “una máquina de contar”, como postuló el beato Anacleto González Flores en el Plebiscito de los Mártires.


La democracia actual, como fundamento ideológico -no filosófico- de gobierno, sostiene el “valor” cuantitativo y numérico del hombre; en tanto que ignora su valor cualitativo e intrínseco, sujetándolo, a manera de totalitarismo, a la voluntad legislativa del momento que se especializa en la estadística y el indicador, dogmatizando con voz grave y absorta en el slogan de “coaching” del éxito que dice  que “lo que no se mide, no se puede mejorar”.


Para el pensamiento clásico, católico, el hombre tenía dignidad en su origen por ser imagen y semejanza de Dios, y en el ejercicio de su libertad tenía también dignidad siempre que en su actuar conservara dicha semejanza; sujetándose al “Amar a Dios sobre todas las cosas, y a su prójimo como a sí mismo” que Nuestro Señor Jesucristo instituyó en el Evangelio. Principio insustituible por cualquier igualdad, fraternidad o libertad discursivas, abstractas y demagógicas.


Para el pensamiento de la modernidad, el hombre ha perdido su dignidad de origen -tanto que puede ser asesinado desde el vientre materno y llamar fría y estúpidamente a tal monstruosidad: “derecho”; “derecho al egoísmo”, debería ser en realidad- y únicamente puede conservarla en el ejercicio de su existencia, siempre y cuando siga las reglas que un puño de papeles, llamados en su conjunto: constitución o tratado internacional, con la subjetiva interpretación voluntarista de los “ilustrados” porta togas, llamados pomposamente magistrados o ministros; o sostenga, en otro de los casos, con su “propio proyecto de vida”, como postulan los liberales democráticos y modernitos agrupados en su pintoresca “nueva derecha”.

  

La democracia moderna, como fundamento ideológico de gobierno, no es sino una consecuencia lógica del “pensamiento” insustancial – si es que fuera posible pensar en la nada- del hombre convertido en una cifra abstracta con valor matemático igual a uno. Es la suma de los “unos”, que, en los discursos de las campañas comerciales llamadas también electorales, los productos en venta, llamados candidatos, buscan obtener a su favor. Sosteniendo que el valor de un “buen ciudadano” nace del ejercicio del sufragio universal como una obligación cívica, convertida en “virtud” republicana, ya no del hombre concreto sino de aquel reconocido con un collar y su plaquita que le otorgan el “pedigrí” de “ciudadano”.


La elección en sí no es un fin, sino un medio para el pensamiento clásico. El objetivo de la elección es lograr el mejor de los fines. Es un instrumento que resulta útil para elegir entre el bien más conveniente y no entre males -mayores o menores-. Es en el pensamiento clásico tradicional una elección cualitativa y al final cuantitativa. Primero la calidad, después el número. Es un voto calificado por el saber que le permite al hombre, como realidad concreta y no como “ciudadano” abstracto, votar sobre aquello en lo que tiene conocimiento y abstenerse de participar en aquello que ignora.


Entre griegos y romanos, así como en la elección de Pontífices, el voto cualitativo se hacía llamar Primus inter-pares y Primus inter-Primus. Que instrumentaba a los iguales en cada grupo comunal para elegir al primero entre ellos, conforme el cargo lo requiriera, considerado el más capacitado, moral e intelectualmente. Posteriormente, los seleccionados como mejores elegían al mejor de entre ellos. Es decir, el mejor de los mejores. Así se evitaba partir de “realidades” abstractas, como el número uno, el ciudadano, la voluntad popular o el sufragio universal, y se partía de verdaderas realidades concretas. De aquel hombre inteligente y virtuoso que fue Pericles, Constantino o el beato Pío IX.


Entre nosotros, cuando está de por medio el interés personal, el voto calificado emerge con espontaneidad natural en nuestras elecciones. Así lo demostramos cuando nuestra salud se encuentra en riesgo: negamos nuestro voto al carnicero y se la otorgamos al médico que cuenta con el conocimiento que lo autoriza para intervenirnos en algún padecimiento, aunque en algunos casos el resultado sea el mismo que si hubiese sido otorgado al carnicero. No entregamos, al menos no conscientemente, a nuestros hijos a ser educados por profesores incapaces, sino que apelamos a los mejores formadores. En la elección de los productos adquiridos en el mercado no optamos por los de mala reputación, sino que buscamos los mejor evaluados. Así deliberamos cuando del interés visible, inmediato y personal se trata, eligiendo el mejor de los mejores, el primus inter-primus. A lo que la inconsecuencia de elección entre malos y peores del actual sistema democrático solo sería atribuida a la ignorancia, el engaño, la imprudencia o la idiotez.


Nuestro sistema democrático es abstracto, mientras que nuestra vida con sus problemas es concreta. Nuestros derechos constitucionales y humanos son abstractos y sujetos al arbitrio de los “ilustrados” que tiene acceso a las cámaras legislativas o la toga de la magistratura judicial, nacional o internacional.


Nunca el hombre concreto había tenido ante sí un poder más totalitario e impersonal, escondido en las sombras, sin rostro ni concreción alguna. Nunca había estado tan contento y embriagado por el éxtasis de pensar que está cambiando al mundo, marchando, gritando o destruyendo, sin darse cuenta de que el “mundo” lo había cambiado a él. Que lo había sustituido por un valor numérico igual a uno, abstracto, vacío e indiferente.


En la antigüedad, mientras el brillante cartaginés Aníbal Barca cruzaba los Alpes para invadir Roma, el general Romano Escipión “El Africano” invadía Cartago y reducía a cenizas el hogar de aquél, llevándolo a su ruina junto a su pueblo amado. En la actualidad, mientras discutimos por cuál de los males optar en una boleta electoral, o luchamos por el “derecho” de no tener obligaciones, los ocultos “escipiones”, nos han arrebatado nuestra dignidad de origen, la de ser imagen y semejanza de Dios, y nos hemos creído contentos con saber que nuestro voto vale uno, abstracto, vacío e indiferente, y lo amamos más -como diría Chesterton- no por tener el valor numérico de uno, sino por la soberbia y única razón de ser nuestro.


Cuando fui niño tuve la oportunidad de apreciar en el zoológico de mi ciudad natal el comportamiento de los monos araña, que manifestaban la dignidad y el señorío de dar cabal cumplimiento a su naturaleza. Es decir que, se comportaban perfectamente como monos araña. Contraste manifiesto con el hombre moderno, que negando que cuenta con una naturaleza distinta a la del mono, radicalmente racional, ha venido a comportarse como éste; decidiendo “libremente” negar su existencia concreta desde la ley para convertirse aritméticamente en un papel doblado al interior de una urna; viviendo únicamente para pedir derechos de papel y en papel, sin querer responsabilizarse de cumplir obligaciones y deberes. Dando impulso a sus instintos y deseos primarios; negando en su obrar la dignidad y señorío de la imagen y semejanza que hay en él y que por Dios le fue dada. Existiendo únicamente a la semejanza del mono araña.


3 comentarios

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3 comentarios


Invitado
02 ago

Hoy en mi país Venezuela, se cometen crímenes horribles dentro del circo de la democracia. Excelente artículo, viva Cristo rey.

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Invitado
25 may

Totalmente de acuerdo y muy buen artículo.

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Invitado
24 may

Con este tipo de ideas debemos reconquistar el mundo.

No hay que tener miedo de decir la verdad y darle al mal el nombre que le corresponde.

Muchas gracias por compartir este artículo.

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