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Muchas Almas van al Infierno Porque no hay Quien Rece por Ellas

A muchos Santos e incluso a unos pequeños pastorcitos en Fátima, les ha sido revelado el Infierno y los tormentosos castigos que las almas deben pagar ahí por sus pecados.



“Muchas almas van al infierno porque no hay quien se sacrifique y rece por ellas”, dijo la Santísima Virgen María a los tres pastorcitos de Fátima, en 1917.


Pero, ¿es sencillo para un alma aceptar la existencia del Infierno? 

De acuerdo a la opinión del Padre Antonio Royo Marín, la existencia del infierno es una de las cosas más difíciles de aceptar sabiendo que Dios es misericordioso; sin embargo se debe aceptar su existencia porque no es Dios quien nos manda al infierno, sino que es uno el que se condena, insiste, persiste a lo largo de su vida, en amarse a sí mismo y rechazar el amor de Dios. En ese mismo sentido se expresó el Padre Jorge Loring: “Al infierno solo van los voluntarios.”


¿Cómo es el Infierno? Esta verdad de fe ha sido revelada a algunos místicos:


Santa Teresa de Ávila:


“...Ésa visión que me llenó de la gran angustia que siento al ver a tantas almas perdidas, sobre todo las de los luteranos que fueron una vez miembros de la Iglesia por el bautismo – y también esta visión me dio los deseos más vehementes por la salvación de las almas; porque ciertamente creo que, para salvar aunque sea a un alma de esos tormentos abrumadores, yo de muy buena gana resistiría muchas muertes”.


Beata Ana Catalina Emmerich:


“Gemidos profundos y gritos de desesperación pueden distinguirse claramente incluso cuando las puertas estaban bien cerradas; pero, ¡Quién puede describir los gritos y chillidos que estallaron cuando se soltaron los tornillos terribles y las puertas se abrieron!; y, oh, ¡quién puede describir el aspecto melancólico de los habitantes de este lugar miserable!…

En el Infierno, hay escenas perpetuas de miserable discordia, y toda clase de pecado y corrupción, ya sea bajo las formas más horribles imaginables, o representadas por diferentes tipos de tormentos espantosos. Todo en esta morada triste tiende a llenar la mente de horror; ni una palabra de consuelo se escucha y ninguna idea consoladora es admitida; el único y tremendo pensamiento es la justicia que un Dios todopoderoso otorga a la nada maldita, acompañado de la convicción absorbente de que ellos la han merecido plenamente y esto agobia cada uno de sus corazones.”


Santa María Faustina Kowalska:


“Hoy he estado en los abismos del infierno, conducida por un ángel…

Hay tormentos particulares para distintas almas, que son los tormentos de los sentidos: cada alma es atormentada de modo tremendo e indescriptible con lo que ha pecado. Hay horribles calabozos, abismos de tormentos donde un tormento se diferencia del otro. Habría muerto a la vista de aquellas terribles torturas, si no me hubiera sostenido la omnipotencia de Dios. Que el pecador sepa: con el sentido que peca, con ése será atormentado por toda la eternidad. Lo escribo por orden de Dios para que ningún alma se excuse diciendo que el infierno no existe o que nadie estuvo allí ni sabe cómo es.

He observado una cosa: la mayor parte de las almas que allí están son las que no creían que el infierno existe.”


Si bien, cualquier referencia del infierno resulta por demás impresionante, es la visión concedida a tres niños la que me parece más impactante.


La Santísima Virgen María dio la visión del infierno a tres pastorcitos: Jacinta, de  7, Francisco de 9 y Lucía, de 11 años de edad. Esto ocurrió en Su tercera aparición en Fátima. Portugal, el 13 de Julio de 1917:


“Entonces la Virgen abrió sus manos como en los meses pasados. Y vimos el reflejo, parecía penetrar en la tierra y vimos como un mar de fuego. Sumergidos en ese fuego, los demonios y las almas, como si fuesen brasas transparentes y negras o bronceadas, con forma humana que fluctuaban en el incendio, llevadas de las llamas que de ellas mismas salían, juntamente con nubes de humo cayendo por todos los lados, semejantes al caer de las pavesas en los grandes incendios, sin peso ni equilibrio, entre gritos y gemidos de dolor y desesperación, que horrorizaban y hacían estremecer de pavor. 


Los demonios se distinguían por sus formas horribles y asquerosas de animales espantosos y desconocidos pero transparentes como negros carbones de brasa.  Asustados y como para pedir socorro, levantamos la vista hacia Nuestra Señora que nos dijo entre bondadosa y triste:


Habéis visto el infierno a donde van las almas de los pecadores; para salvarlas, Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón.”


En las “Memorias de Sor Lucía” se cuenta que a Santa Jacinta Marto, la más pequeña de los tres pastorcitos, todas las penitencias y mortificaciones le parecían poca cosa para poder preservar de él a algunas almas. Muchas veces, pensativa, decía: “¡Oh infierno, oh infierno, cómo me compadecen las almas que van al infierno y las personas que están allí, vivos, ardiendo como leña en el fuego y temblando!. Entonces se arrodillaba con las manos entrelazadas para recitar la oración que nuestra Señora nos había enseñado: Oh Jesús mío, perdónanos nuestros pecados, presérvanos del fuego del Infierno y lleva al Cielo a todas las almas, especialmente a las más necesitadas de la misericordia divina.”


Como no podemos dudar del infierno, lo único que tenemos que hacer es temerlo por encima de todo y evitarlo a toda costa.


“Pecador no duermas en pecado, no sea que te despiertes ya condenado.”


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