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La Esperanza de los Jóvenes: La Tradición

La juventud de nuestra época se encuentra totalmente sumergida en el mundo, ha perdido el sentido de la vida y de trascendencia. La Tradición podría ser nuestra esperanza.


Misa Tradicional Católica

Por Juan J. Vázquez


Cualquiera puede darse cuenta que hoy en día los jóvenes hemos caído en las trampas que este mundo nos ha ofrecido. Nos hemos sumergido en el pecado, los vicios y en el cáncer contemporáneo de la amoralidad. Siendo éste último en especial preocupante puesto que no vivimos ya en la época de la inmoralidad, donde se pecaba fuerte pero se sabía que se estaba haciendo mal; sino que hemos abrazado ya la amoralidad, dejando de llamar mal al mal y bien al bien, quedando desprovistos de todo sentido moral.


Así mismo, la juventud ha perdido por completo el sentido de trascendencia y por tanto, el mismo sentido de la vida. Dios nos ha sido arrebatado, hemos sido privados de los tesoros de la Tradición y se nos ha arrancado con violencia la brújula moral de nuestras conciencias.


No es de extrañar, pues, encontrar en los jóvenes tan altos niveles de depresión, ansiedad y suicidios. Porque ¿qué sentido tiene vivir en un mundo en el que nada tiene sentido? Ciertamente que es una pregunta sinceramente válida, ya que, sin Dios, sin religión, sin Cielo e Infierno ¿qué sentido tiene lo que se haga o no en ésta vida?


La solución a estos males parece ser obvia; necesitamos la religión, necesitamos a Dios, necesitamos restituir nuestro sentido del bien y del mal, pero ¿cómo? ¿Acaso no es que los jóvenes encuentran la Iglesia poco atractiva? ¿No están los templos vacíos y las pocas cabezas que se ven son grises? Ciertamente es así.


La Iglesia en las últimas décadas ha buscado diferentes maneras de atraer a los jóvenes, ha tratado de cambiar su música, de silenciar temas que podrían “escandalizar”, de asimilarse al mundo, de hacer la liturgia más “entretenida”. Entonces ¿por qué no vemos a los jóvenes abarrotando las Iglesias?¿Qué ha salido mal?


Si se reflexiona por un momento, la respuesta es bastante simple. Si lo que la Iglesia busca es asimilarse al mundo y competir con él para ser más entretenida y atractiva en términos banales, ¡el mundo siempre ganará! El mundo ofrece mejores diversiones, el mundo es más entretenido, ¡el mundo es más mundano!


La música del mundo es más atractiva que las “baladas religiosas” que hoy se tocan en la Iglesia; el cine, los bares y los antros son más “entretenidos” que la Misa. Siempre que la Iglesia quiera competir en ámbitos mundanos con el mundo, va a ganar el mundo.


Es por esto que el enfoque debe ser otro. Ya se experimentó con esta “mundanización” de la Iglesia por más de 50 años y ha quedado claro que el intento ha fracasado. La juventud abandona el catolicismo, se sumerge en el mundo y los que permanecen siendo católicos, van perdiendo su fe cada día más.


¿Cuál es entonces la esperanza de los jóvenes y de la Iglesia? ¿Qué es eso que la Iglesia Católica puede ofrecer que el mundo no puede? Ésta última debería ser la pregunta en la que deberíamos enfocarnos.


Parece que todos lo hemos olvidado, pero la Iglesia Católica poseé algo que nadie más, ¡la Verdad! La Iglesia es depositaria de la Verdad y de la Fe, es el custodio y guardián de las enseñanzas del Verbo Encarnado en su Palabra y Tradición.


“Ustedes no son del mundo, sino que yo los elegí de en medio del mundo, y por eso el mundo los odia”, nos dijo Nuestro Señor (Jn 15, 19). Así pues nos llamó a ser sal y luz de la tierra, pero “si la sal pierde su sabor, ¿cómo podrá ser salada de nuevo? Para nada vale ya, sino para que, tirada fuera, la pisen los hombres” (Mt 5, 13).


¡Qué fuertes palabras ha dicho Nuestro Señor! Si como Iglesia hemos dejado de ser sal de la tierra “para nada vale ya, sino para que, tirada fuera, la pisen los hombres”.


Queda muy claro entonces que, Jesús mismo ha dado a su Iglesia la instrucción de ir contra el mundo, de salarlo e iluminarlo. Debemos dejar pues de mundanizar el Evangelio y, por el contrario, comenzar a evangelizar el mundo.


Sólo basta un giro de cabeza hacia atrás para que la Iglesia hoy descubra el tesoro que había olvidado que poseía: La Tradición. ¡Oh magnífico tesoro de la Tradición! Tan despreciada por el mundo y los hombres modernos, ¿serás tú acaso nuestra esperanza?


Esplendorosos son los tesoros que la Iglesia poseé: La belleza de la liturgia tradicional, aquella que nos ha dado tantas mujeres y hombres santos; la belleza de sus esculturas, pinturas y cantos, tantos artistas que convencidos de su fe, dedicaban todos sus esfuerzos en sus obras porque sabían que eran para Dios; el Depósito de la Fe y la Doctrina, empolvada y ennegrecida por las ideologías modernas, basta un soplo y una sacudida para remover de ella las impurezas que se le han adherido.


Si uno echa un vistazo a comunidades católicas tradicionales, se dará cuenta fácilmente de cuán llenos están los templos, ¡cuántas familias! ¡Cuántos niños! ¡Cuántos jóvenes! Es porque en la Tradición encontramos el antídoto del mundo.


Los jóvenes buscamos en la Iglesia lo que el mundo no nos puede dar. Tenemos sed de verdad y de bondad, y no hay donde encontrar ésto dentro del mundo, sino sólo en la Doctrina de Jesucristo. Queremos encontrar la belleza que no encontramos fuera en la modernidad, sino sólo en la Tradición de la Iglesia.


Es hora pues, de regresar a la Tradición.



2 comentarios

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2 Comments


Guest
Apr 18

La Misa Tradicional es bellísima! No hay mejor forma de adorar a Dios!

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Guest
Apr 18

De acuerdo!

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