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La Grandeza y Pureza de la Santísima Virgen María

No hay santo que no haya tenido una especial relación y devoción a la Santísima Virgen. Su profundo amor hacia Ella nos ha quedado en herencia.



Por José V. Hernández


Todo católico debe amar a la Santísima Virgen María no solo porque es la criatura más excelsa que ha salido de las manos de Dios, sino porque Él la exaltó muy por encima de todos los ángeles y los arcángeles en el Cielo y de todos los hombres sobre la Tierra. 


Ella, además de estar llena de gracia y de haber sido adornada con todas las virtudes, lo cual sería mucho más que suficiente para amarla y honrarla, es también la medianera de todas las gracias y la principal intercesora ante Nuestro Señor Jesucristo.


La Virgen María tomó parte en la Encarnación, en el Nacimiento, en el primer milagro, en la Pasión y Muerte de Jesús, recibió junto con los apóstoles al Espíritu Santo en Pentecostés, alentó y ayudó al desarrollo de la primitiva Iglesia, fue asunta al Cielo en cuerpo y alma y hoy sigue participando de la historia de la salvación llevando a todos los fieles a su Hijo.


Luego de conocer muchas vidas de santos es notable que todos ellos tenían un amor muy profundo y especial por la Santísima Virgen, pues entendieron que es la mejor manera de llegar a Nuestro Señor Jesucristo, único mediador ante el Padre. 


Sabemos que el fin último de toda devoción debe ser Jesucristo, Salvador del mundo, verdadero Dios y verdadero hombre, de lo contrario, tendríamos una devoción falsa y engañosa. Pero nadie ha amado y honrado a la Virgen María más que Dios, que la eligió para ser la Madre de Cristo, su Hijo único. Ella es Hija del Padre, madre del unigénito de Dios y esposa del Espíritu Santo. Triplemente emparentada con Dios. Y esto lo han entendido los santos, por eso es muy importante que los católicos conozcamos las razones que esos hombres y mujeres tuvieron para amar intensamente a María Santísima. 


San Luis María Grignion de Montfort señala en su Tratado de la verdadera devoción a María que “la salvación del mundo comenzó por medio de María, y por medio de Ella debe alcanzar su plenitud. María casi no se manifestó en la primera venida de Jesucristo a fin de que los hombres, poco instruidos e iluminados aún acerca de la persona de su Hijo, no se alejaran de la verdad, aficionándose demasiado fuerte e imperfectamente a la Madre, como habría ocurrido seguramente si Ella hubiera sido conocida, a causa de los admirables encantos que el Altísimo le había concedido además en su exterior. Tan cierto es esto, que San Dionisio Aeropagita escribe que, cuando la vio, ‘la hubiera tomado por una divinidad a causa de sus secretos encantos e incomparable belleza, si la fe -en la que se hallaba bien cimentado- no le hubiera enseñado lo contrario.’”.


Y agrega San Luis María Grignion de Monfort: “Dios Padre creó un depósito de todas las aguas, y lo llamó mar. Creó un depósito de todas las gracias, y lo llamó María. El Dios omnipotente posee un tesoro o almacén riquísimo en el que ha encerrado lo más hermoso, refulgente, raro y precioso que tiene, incluido su propio Hijo. Este inmenso tesoro es María, a quien los santos llaman el tesoro del Señor, de cuya plenitud se enriquecen los hombres. 

“Dios Hijo comunicó a su Madre cuanto adquirió mediante su vida y muerte, sus méritos infinitos y virtudes admirables, y la constituyó tesorera de cuanto el Padre le dio en herencia. Por medio de Ella aplica sus méritos a sus miembros, les comunica sus virtudes y les distribuye sus gracias. María constituye su canal misterioso, su acueducto, por el cual hace pasar suave y abundantemente sus misericordias.


“Dios Espíritu Santo comunicó sus dones a María, su fiel Esposa, y la escogió por dispensadora de cuanto posee. Ella distribuye a quien quiere, cuanto quiere, como quiere y cuando quiere todos sus dones y gracias. Y no se concede a los hombres ningún don celestial que no pase por sus manos virginales. Porque tal es la voluntad de Dios, que quiere que todo lo tengamos por María. Porque así será enriquecida, ensalzada y honrada por el Altísimo la que durante su vida se empobreció, humilló y ocultó hasta el fondo de la nada por su profunda humildad. Estos son los sentimientos de la Iglesia y de los Santos Padres”.


Por otro lado, en los numerales 967, 968 y 969 del Catecismos de la Iglesia Católica se resalta que “Por su total adhesión a la voluntad del Padre, a la obra redentora de su Hijo, a toda moción del Espíritu Santo, la Virgen María es para la Iglesia el modelo de la fe y de la caridad. Por eso es ‘miembro supereminente y del todo singular de la Iglesia’, incluso constituye "la figura" de la Iglesia misma.


Pero su papel con relación a la Iglesia y a toda la humanidad va aún más lejos. "Colaboró de manera totalmente singular a la obra del Salvador por su obediencia, su fe, esperanza y ardiente amor, para restablecer la vida sobrenatural de los hombres. Por esta razón es nuestra madre en el orden de la gracia".


“Con su asunción a los cielos, no abandonó su misión salvadora, sino que continúa procurándonos con su múltiple intercesión los dones de la salvación eterna... Por eso la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro y Mediadora".


Los Santos y la Santísima Virgen María


San Juan Bosco nos enseñó a confiar en Ella: “porque es nuestra Madre nos confiamos completamente a su bondad y misericordia, animados del vivo deseo de imitar sus bellísimas virtudes y le hacemos donación entera e irrevocable de todo nuestro ser. Le pedimos nos conceda su maternal protección por todo el curso de nuestra vida, y particularmente en la hora de la muerte”.


San Bernardo decía que cuando las tentaciones pongan en peligro tu salvación, y la tristeza te quite las fuerzas y los deseos de seguir trabajando por conseguir la santidad, la tengas presente:  “acuérdate de María y llámala en tu ayuda; llámala insistentemente como el niño aterrorizado pide ayuda a su madre, y Ella, que es causa de nuestra alegría, correrá a ayudarte. Te desafío a que hagas la prueba. No te fallará ni una sola vez.” En los momentos de angustia “si te turba la memoria de la enormidad de tus faltas, de la fealdad de tu conciencia y comienzas a sumergirte en la tristeza, en la desesperación, piensa en María, invoca a María… Pecador quien quiera que seas, vete a María y te salvará, porque es imposible que se condene el devoto de María que le sirve e implora su socorro”.


San Marcelino Champagnat decía que si los padres de familia tienen “la dicha de grabar en el corazón de los niños la devoción a la Virgen María, habréis asegurado su salvación”, María no deja que sus hijos se pierdan. 


San Juan Bosco siempre decía que “Quien confía en María no se sentirá nunca defraudado”, él siempre enseñaba a los niños del oratorio a amar a María Auxiliadora de los cristianos, los invitaba a confiar en su amor de madre porque “ella lo ha hecho todo”.


Otro santo que en sus pensamientos expresaba a María como aliada para la castidad era Santo Domingo Savio, un joven acogido en el oratorio de Don Bosco y entregado totalmente a Dios; en una ocasión le dijo a San Juan Bosco: “Tus discípulos llegarán a la santidad si se esfuerzan mucho por conservar la virtud de la castidad y si cultivan una gran devoción a la Madre de Dios”.


“Llena de gracia, Bendita entre todas las mujeres”. No le habría hablado así el ángel si María no hubiera sido perfectamente pura y santa”, decía San Agustín. Y San Atanasio suplicaba “¡Oh Santísima Virgen! ¡Dígnate escuchar nuestras súplicas, distribuir entre nosotros tus dones y darnos parte en la abundancia de gracias de que estás llena!”.


"El Eterno se enamoró de vuestra incomparable hermosura, con tanta fuerza, que se hizo como desprenderse del seno del Padre y escoger esas virginales entrañas para hacerse Hijo vuestro. ¿Y yo, gusanillo de la tierra, no he de amaros? Sí, dulcísima Madre mía, quiero arder en vuestro amor y propongo exhortar a otros a que os amen también”, oraba San Alfonso Ma. de Ligorio. 


San Francisco de Asís rezaba "Dios os salve, María, Madre de Dios. En Vos está y estuvo toda la plenitud de la gracia y todo bien". Y San Ireneo señalaba "El nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María; lo que ató la virgen Eva por la incredulidad, la virgen María lo desató por la fe".


Santa Teresa de Jesús decía “gran cosa es lo que agrada a Nuestro Señor cualquier servicio que se haga a su Madre”, y Santa Teresa de Lisieux sostenía que “con la práctica fiel de las virtudes más humildes y sencillas, has hecho Madre mía, visible a todos el camino recto del Cielo". 


Por su parte Santa Teresa de los Andes señalaba "María, eres la Madre del Universo. ¿Quién no se anima al verte tan tierna, tan compasiva, a descubrir sus íntimos tormentos? Si es pecador, tus caricias lo enternecen. Si es tu fiel devoto, tu presencia solamente enciende la llama viva del amor divino".


San Maximiliano Kolbe afirmaba que “la inmaculada debe conquistar el mundo entero y a cada individuo, así podrá llevar todo de nuevo a Dios.  Es por esto que es tan importante reconocerla por quien Ella es y someternos por completo a Ella y a su reinado, el cual es todo bondad”, mientras que San Padre Pío decía “me gustaría tener una voz tan fuerte para invitar a los pecadores de todo el mundo a amar a Nuestra Señora. Ella es el océano que debemos cruzar para llegar a Jesús”.


“María es para nosotros un cielo, porque nos trae a Dios. El Altísimo se ha anonadado y en Ella ha hecho mansión, se ha hecho pequeño en Ella para hacernos grandes.”, decía San Efrén y San Antonio de Padua, lleno de un profundo amor por Ella, hacía de su oración un poema:“Señora, tu nombre es suspiro del alma. Tu nombre es perfume de unción. Tu nombre es alegría en el corazón, miel en la boca, melodía para los oídos.” Mientras que el Santo Cura de Ars resaltaba en sus palabras la pureza de la Santísima Madre de Jesús: “María es pura, sin mancha. El Dios de bondad podría crear un mundo más hermoso que el que existe, pero no podría crear una criatura más perfecta que María”. 


Santo Tomás de Aquino quería llegar a amarla profundamente y oraba así: “Concédeme, ¡oh María!, la gracia de amar a mi Señor Jesucristo, tu Hijo, con un amor verdadero y perfecto, y la de amarte después de Él, sobre todas las cosas; mientras que San Luis Gonzaga se encomendaba a Ella totalmente: “¡Oh María! Bajo tu Santa custodia me pongo sin reservas (…) para que mis pensamientos, palabras y obras sean dirigidas según tu voluntad y la de tu adorable Hijo”.


Los santos recurrían también a María para vencer las tentaciones, como lo hizo San Juan Damasceno, que le pedía: “Santísima Virgen, dame las fuerzas para vencer las tentaciones de mis enemigos, y preside todas las acciones de mi vida, para que pueda obtener la eterna felicidad.” San Ambrosio la exaltaba de esta manera “¡Cuántas virtudes brillan en ti, María! Asilo de la pureza, estandarte de la fe, modelo de la devoción; Virgen en la casa, Madre en el templo”. 


“Por ti, María, ha sido rechazada la muerte, despojado el infierno, derribados los ídolos y propagado el conocimiento del Cielo y de tu Divino Hijo por toda la tierra”, le alababa San Epifanio y San Pedro Damiano así: “Tú, que eres tan poderosa en el cielo y en la tierra, intercede a mi favor para que, bajo tus auspicios, pueda vivir según la ley de Dios y gozar la dicha de verte en la eternidad”.


Santa Clara de Asís recurría a Santa María para acercarse a Jesús: “Así como llevaste a Cristo materialmente en tu seno, concédenos que, siguiendo tus huellas, podamos llevarlo nosotros espiritualmente”; por su parte San Francisco de Sales destacaba sus grandezas: “Pregunta a los ángeles que la rodean, si la igualan en perfección y responderán que son muy inferiores a Ella en gracias, méritos y virtud”. 


San Juan María Vianney, mejor conocido como el santo Cura de Ars, reconocía todo lo que debía a Ella: "Si yo no tuviera a la Madre de Dios que me defiende a cada paso de los peligros del alma, ya habría caído en poder de Satanás” y San Buenaventura hablaba también del poder de la Madre de Dios sobre el maligno: "No temen tanto los soldados un copioso ejército de enemigos, como teme el poder del infierno al oír el nombre de María".


Los santos destacaron su belleza, su pureza, su gracia, sus virtudes, su mediación ante Dios, su poder sobre el mal; por eso y mucho más es que la Santísima Virgen María tiene un papel muy importante en nuestro camino de salvación y qué mejor que encomendar a Ella toda nuestra vida, consagrarnos cada día y pedir constantemente su auxilio e intercesión.


Reza y difunde el Santo Rosario, reconócela como Madre, inculca su veneración e implora Su compañía a la hora de tu muerte, el momento más importante de tu vida.

“Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén”.


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