La Huida al Desierto Interior del Alma
- P. Jorge Hidalgo
- 21 mar
- 5 Min. de lectura
Actualizado: 24 mar
El mundo actual está hecho para distraernos de las cosas del Cielo, por eso es necesario imitar a Cristo, ir al desierto y alejarnos del bullicio.

Por P. Jorge Hidalgo
Por el concepto “mundo”, usado en la Sagrada Escritura y en la tradición espiritual, pueden entenderse muchas cosas. Ante todo, el mundo creado por Dios. Ese mundo, sin lugar a dudas, es bueno. El hombre fue creado para gobernarlo y dirigirlo, como administrador.
Pero también puede entenderse por los criterios o formas de pensar o de obrar que se oponen al plan de Dios, que surgieron entre los hombres después del pecado original. Ese mundo intenta guiarse por los respetos humanos, por la opinión de la mayoría, y no por la Voluntad de Dios. Ese mundo no es el que Dios acepta o quiere para nosotros, al contrario, este mundo se ha convertido en el enemigo del alma.
Ese mundo es el que dice San Juan que está puesto bajo el maligno y por ello debemos salir de él, porque fue creado así, ruidoso para confundirnos, para impedir que el hombre piense. Todo el tiempo hay bullicio, todo es vender y comprar; llevar y traer; las redes sociales, la música; no podemos estar un momento en silencio. Si vivimos sumergidos en eso, ¿uno cuándo va a poder rezar? ¿cuándo vas a poder entrar en un diálogo con Dios? ¿cuándo vas a poder hacer un examen de conciencia?
El mundo actual está hecho así a propósito, para saturar las mentes, para que uno no pueda rezar, para que el ruido llegue a tal grado que ocupe la mente de las personas. Algunos incluso tienen miedo de rezar o de estar en silencio porque se encontrarán consigo mismos, por esa razón siempre tienen de fondo el sonido, la televisión prendida, aunque nadie la mire.
Ése es el problema del mundo moderno, no hay nunca silencio, necesita siempre el bullicio, el barullo de fondo, y eso nos impide que pensemos y elevemos nuestra mente a Dios.
El objetivo: los que quieren crecer en santidad
El demonio no puede hacer nada contra Dios por eso nos odia a nosotros y sabe que nosotros podemos crecer en santidad, en gracia, en caridad -cosa que él ya no puede hacer-, y sabe que podemos salvarnos, por eso nos tiene envidia, no quiere que seamos como Dios, lo que puede ocurrir por la gracia y no por nuestra fuerza, que fue precisamente el pecado del diablo, querer ser como Dios por la fuerza. Por eso nos viene a tentar, especialmente a todos aquellos que quieren crecer en la virtud y en la santidad porque a los que ya están sumergidos en el mundo, ¿para qué los va a molestar?, si el mundo ya los tiene atrapados.
A los que no asisten a Misa, a los que roban, estafan, cometen asesinatos o cualquier otro tipo de pecados, ¿para qué acecharlos? Si el diablo ya los tiene agarrados donde quiere, ¿para qué va a perder tiempo con eso? Al demonio le interesa otra cosa, le interesa atentar contra los que quieran crecer en santidad, ¿por qué? Porque odia la santidad especialmente.
No le afectan los anhelos de las personas que quieren viajar, cambiar de auto, progresar en sus negocios, tener éxito en los estudios y destacar a nivel profesional. ¡No! él envidia lo más importante, que es la virtud, la caridad, la humildad, y es lo que quiere robarnos, es lo que quiso hacer con Jesús cuando fue a tentarlo al desierto a donde se había retirado a orar.
La huida del siglo
Dice San Agustín que todos los misterios de la vida de Cristo son también para nosotros, así que el hecho de que Cristo se haya ido al desierto, vale de ejemplo para nuestra vida en el aspecto interior, no quiere decir literalmente ir al desierto real, al que sí se han ido los monjes (palabra que viene del griego “único”); pero sí huir del exterior, del mundo, e ir al interior para entrar en la intimidad con Dios.
Justamente Cristo va al desierto para enseñarnos a nosotros que lo más importante es el silencio y que muchas veces Dios habla cuando los hombres callan. Es cierto que es posible que Dios actúe en alguna persona que está sumergida en el mundo, como lo hizo con Saulo, por ejemplo; pero en general, Dios habla cuando los hombres huyen del mundo, por eso es necesaria la vida interior, el retirarse del ruido, del bullicio del mundo, porque si estamos sumergidos en él, se ignora a Dios completamente.
Como ejemplo podemos recordar aquella teofanía en la que Dios se manifestó a Elías. Dios no estaba en el torbellino, Dios no estaba en el fuego, Dios estaba en la brisa suave, y como el profeta sabía que ahí estaba Dios, salió y se cubrió el rostro. Eso es lo que nosotros debemos hacer.
Irnos de la ciudad, no físicamente sino espiritualmente con nuestro corazón, apagar el ruido, “apagar” las imágenes que han quedado en nuestro interior; es necesario que todo se serene, se aquiete, para estar espiritualmente en el desierto y encontrarnos a Dios que habla en el silencio. Los antiguos le llamaban la fuga saeculi, es decir, la huida del siglo.
¿Qué va a pasar si huimos del mundo? Vamos a querer crecer en la vida interior. Si uno busca en verdad el silencio, rezar, etc., evidentemente lo hacemos porque queremos crecer en la unión con Dios. Es decir el bien más propio, no el de la carne pero sí el del espíritu, y esto puede hacerse de acuerdo a propósitos concretos, es decir con el objetivo de crecer en la oración, en la caridad, la paciencia, etc., según lo que en el silencio hayamos advertido que debemos trabajar.
Ese es el fin de la vida espiritual. Como dice San Juan de la Cruz:
«¡Cuán manso y amoroso
recuerdas en mi seno,
donde secretamente solo moras,
y en tu aspirar sabroso,
de bien y gloria lleno,
cuán delicadamente me enamoras!»
Mayoría aplastante
Éste debe ser nuestro propósito. Sí por lo que queda de la Cuaresma o independientemente de este tiempo, nos proponemos como tarea en la vida ir con Cristo al desierto, aunque sepamos que el demonio por envidia nos va a venir a tentar, pero no tenemos que tenerle miedo porque aunque seamos muy endebles, con Cristo tenemos la mayoría aplastante.
El trabajo que hagamos por crecer en el espíritu, en santidad, es único y exclusivo de esta vida, porque en la otra ya no podremos crecer, ni en gracia, ni en caridad, ni en mérito, ni en nada. Así que hay que esforzarnos para que los meses, los años, no pasen y seamos siempre las mismas personas, exactamente con los mismos pecados. Debemos luchar contra ese estancamiento en la vida interior.
Que Nuestra Señora, la Virgen Santísima, nos conceda a nosotros la gracia de buscar verdaderamente la santidad, la gracia de intentar agradar cada vez más a Dios nuestro Señor, la gracia de irnos con Cristo al desierto para parecernos a Él más en esta vida, para que así más lo gocemos en la eterna.
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