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La Purificación del Corazón, la Gran Tarea del Cristiano

No hay tarea más difícil que la purificación del corazón, pero tampoco hay tarea más importante para obtener la salvación. Conoce tu defecto dominante y trabaja ya en tu santificación.



P. Jorge Hidalgo

 

Es difícil conseguir trabajo, obtener un título profesional, construir una casa, pero aún más difícil es trabajar por nuestra salvación, purificar nuestro corazón. Ésta es la gran misión en la vida de una persona, por ello debe empeñarse en ello y trabajar por la salvación con temor y temblor. (Flp. 2, 12).

Dice la Sagrada Escritura que del corazón humano salen las malas intenciones, las fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez. (Mc 7, 21-22). Santo Tomás explica este tema diciendo que el acto interior tiende al acto exterior; de tal forma que si por ejemplo, uno juzga mal a alguien, tarde o temprano tiende a decírselo, e incluso a manifestarlo a otras personas.

Incluso por la gravedad del tema hay dos mandamientos en la ley de Dios -el noveno y el décimo- para cuidar las intenciones del hombre.

 

Llegada prácticamente obligada: El Purgatorio

Dependiendo de cómo haya sido nuestra vida en la tierra, será nuestro destino final después de la muerte, por eso tenemos que trabajar seriamente en nuestra salvación, porque lo que no purifiquemos en esta vida lo tenemos que purificar en la otra.

Una visión que tuvo San Juan Bosco hace pensar que es sumamente difícil morir y no ir al purgatorio. El santo, por permisión de Dios, tuvo visiones sobre el Infierno y el Purgatorio, y en este último destino vio a doña Margarita Occhiena (su mamá), siendo que ella era una mujer muy santa.

Ciertamente hay que recordar que al Purgatorio no pueden ir los que no mueren en gracia de Dios, de ellos ya sabemos cuál es su destino eterno: la condenación. El Purgatorio está reservado exclusivamente para los que mueren en gracia de Dios, es decir, los que no tienen pecado mortal y ahí será purificado lo que en esta tierra no alcancemos a purificar, por eso conviene en esta vida trabajar seriamente por nuestra santificación y purificar el corazón. Además, cualquier trabajo o dolor en esta vida, no es nada comparado con el del purgatorio: así que mejor que en esta vida nos pongamos a purificar el alma para que amemos a Dios con la pureza que Él se merece.


¿Por qué el corazón humano se desvía fácilmente?

Sabemos bien que el pecado original queda perdonado en el bautismo, pero la naturaleza sigue inclinada al mal, está vulnerada; no es que esté corrompida, como decía erróneamente Lutero, enseñanza que quedó condenada por el Concilio de Trento.

Dios hizo nuestros sentimientos o pasiones para el bien; las hizo para que estén gobernadas por la inteligencia y la voluntad, por la sana razón abierta a la trascendencia. Pero por el pecado original, la inteligencia se inclina al error, la voluntad se inclina al mal y las pasiones se desordenan fácilmente. Es lo que dice el apóstol Pablo: “No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero” (Rom. 7, 19).

No necesitamos más aclaraciones, queda visto que el cristiano tiene que purificar el alma, tiene que purificar las intenciones para que todo lo que haga sea según el querer de Dios y sea para Su mayor Gloria y Honra.

 

¿Qué hay que purificar?

Es un trabajo personal distinguir qué es lo que debemos purificar. El Padre Bojorge, que ha profundizado en el estudio de la naturaleza humana vulnerada por el pecado original, ha dicho que los hombres en general están más inclinados al pecado de la carne; mientras que las mujeres en general, están más inclinadas a los pecados de la lengua y del oído; estos datos pueden servir para dar una idea general sobre lo que es necesario purificar.

Además, la tradición católica ha aceptado una antigua enseñanza de la filosofía griega que viene de Hipócrates, el gran fundador de la medicina. Él hablaba de cuatro temperamentos: el colérico, el flemático, el melancólico y el sanguíneo; expuso que se mezclan al menos dos, aunque solo uno predomine. Cada uno de esos temperamentos tiene cosas buenas y cosas malas: las cosas buenas que son dones de Dios (como los talentos, que son explicados en la parábola homónima) que tenemos que trabajar y mejorar; y cosas malas, que todos y cada uno de nosotros tenemos que combatir continuamente en nuestro propio corazón. Cada uno debe conocerse, para ver qué debe cambiar y qué cosa debe potenciar.

Para identificar más perfectamente qué es lo que debemos purificar, es importante atender esta máxima de la filosofía griega: conócete a ti mismo. Santa Teresa la aceptó plenamente en su enseñanza espiritual y decía que el grado que nosotros nos conocemos a nosotros mismos, es el grado como nosotros conocemos a Dios. En ese mismo sentido rezaba San Agustín: “Señor que me conozca, Señor que te conozca.”

Hay que descubrir los talentos que Dios nos dio para mejorarlos y ponerlos a su servicio y el de los demás; pero también es de suma importancia saber dónde está nuestro punto débil, nuestro vicio dominante, o como se le llama en la tradición espiritual, “el gusanillo roedor”, es decir, aquella inclinación al mal que nosotros tenemos, por la que generalmente surgen la multitud de pecados.

Cuando tomemos manos a la obra en esta tarea, tengamos presente que es necesario estar en gracia para poder conocernos a nosotros mismos, conocer nuestro defecto dominante y poder iniciar la difícil tarea de purificarnos, siempre de la mano de Dios y en estado de gracia.

El estado de gracia nos ayudará a guardar nuestros sentidos porque como el alma está inclinada al mal, como dice el libro de Eclesiastés: “el ojo no se cansa de ver ni el oído de escuchar” (Ecl 1, 8); los sentidos van a intentar hacernos caer, si doy rienda suelta a mi ojo, eso me va a hacer ofender a Dios. El enemigo -como dice San Juan de la Cruz- va a atacar esos vicios del alma que perfectamente sabe que tenemos.

 

Manos a la obra en mi purificación

La primera tarea es evitar los pecados mortales. Pero no vamos a quedarnos ahí, tenemos también que trabajar para evitar los pecados veniales deliberados. Lo que yo miro por mirar, lo que yo escucho por escuchar, o trabajar con el sentido que nos cueste más trabajo; pero luchar para andar el camino de nuestra santificación.

Y en esta lucha también se pueden hacer sacrificios voluntarios, por ejemplo dejar de ver una película, independientemente de que pueda no ser dañina para mi espíritu, pero podría tampoco no dejarme nada bueno, sería nada más hacerlo por una privación voluntaria.

Igualmente podemos privarnos de una noticia inútil, dejar de preocuparnos del exterior, olvidarnos de todo lo creado, porque si estamos pendiente de todo ello, jamás podríamos interiorizar en el alma. Es mejor seguir la síntesis de la perfección espiritual de San Juan de la Cruz: Olvido de lo criado, memoria del Criador, atención a lo interior, y estarse amando al Amado.

 

Todo en manos de Dios

Si logramos, con la ayuda de Dios, evitar los pecados mortales de intención y mortificar los sentidos, se alcanza la purificación activa de los sentidos. Pero luego de un tiempo de esfuerzo espiritual ya no se puede avanzar más. Pues Dios, por su misericordia, nos oculta muchas veces las cosas malas que tenemos. Al final, Él mismo termina de purificar nuestra alma, es lo que se llama la purificación pasiva de los sentidos. Según la enseñanza de San Juan de la Cruz primero ocurre la noche oscura de los sentidos, y luego la noche oscura del espíritu.

El alma tiene una gran prueba interior y Dios termina de purificarla para quitar todas las impurezas, las cosas vanas o sucias de la tierra son -digámoslo así- quemadas en el crisol de fuego del Espíritu Santo para que el alma ame de manera pura.

Esta purificación de los sentidos y del corazón la tenemos que comenzar nosotros, pero no la podemos terminar nosotros. Aunque siempre, en nuestra vida espiritual, todo es obra de Dios y de su divina gracia, empecemos por pedirle que nos demos cuenta de que este trabajo de la santificación es lo más serio y lo más importante de la vida cristiana.

Que la Santísima Virgen María nos conceda la gracia de purificar nuestra alma en esta vida, para ver a Dios cara a cara en la eternidad.


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