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La Verdad no Cambiará Para Adaptarse al Mundo

Los católicos no debemos de adaptar nuestro pensamiento al de la modernidad, aunque nos cueste trabajo, hay que ir contracorriente y permanecer fieles.


Notre Dame

Por P. Jorge Hidalgo


Cuando Nuestro Señor Jesucristo dio su discurso sobre el Pan de Vida, muchos de sus discípulos lo abandonaron porque -alegaron- “es duro este lenguaje, ¿quién puede escucharlo?” Sin embargo, Jesús no cambió su doctrina,  no cambió la Verdad simplemente para quedar bien, sino que por el contrario, cuando vio que algunos de los discípulos dejaron de seguirlo, preguntó a los Doce si ellos también querían irse.


Esto lo hizo porque Él no cambia, el mundo sí. El mundo cambia, se adapta a las modas, a la opinión pública, a los intereses políticos o económicos, pero nuestra fe va a ser siempre la misma.


San Judas dice: “Me he visto en la necesidad de dirigiros esta carta para exhortaros a que luchéis por la fe, que ha sido transmitida a los santos de una vez para siempre.” (Jd 1, 3) Así que de una vez para siempre; es decir que no va a haber cambios, ni sombra de mutación, porque lo que cambia es por eso mismo imperfecto, no así la Verdad.


Nuestro Señor Jesucristo no se dejó intimidar, no cambió para adaptarse al pensamiento dominante de la época que veía en Él a un mesías temporal. Es decir, al mesías que sí, iba a ser rey, pero temporal, mundano. Y ese no era el querer de Dios.


El ataque a la doctrina en los últimos años


El mundo no quita el dedo del renglón: quiere hacer que la Verdad cambie, se adapte. Un ejemplo de ello ocurrió en la década de los 60’s, en la llamada revolución sexual que suscitó una fuerte presión a la Iglesia para que se adaptara al mundo moderno. El Papa Pablo VI fue presionado para que aprobara los llamados métodos de anticoncepción artificial. Incluso sus asesores le pidieron que lo aprobara, le trataron el tema en muchas reuniones. Como respuesta a la insistencia el Papa dijo que acogería el tema para ponerlo en oración.

Después de haberlo rezado y consultado, el Papa Pablo VI emitió la encíclica Humanae Vitae, contraria a lo que le pedían sus asesores bioéticos.


¿Por qué es tan importante este documento? ¿Qué es lo que enseña? La encíclica sostiene que en cada unión matrimonial tienen que existir dos fines que no pueden separarse, a saber, el unitivo y el procreativo. Si estos fines se separan, entonces el hombre cae en un acto antinatural, contrario a la ley de Dios.


Esto armó un revuelo terrible y eso que el Papa no hizo más que repetir la doctrina católica, es decir confirmó la Verdad que nunca cambia, que ha dicho la Iglesia desde siempre.

Pero para justificar la propuesta sobre la regulación de la natalidad, los moralistas prepararon toda una doctrina para argumentar el uso de los anticonceptivos, las pastillas, el DIU (dispositivo intrauterino de cobre), inventaron una moral distinta y finalmente la difundieron, haciendo caso omiso de la encíclica papal.


Numerosos moralistas (entre ellos, Marciano Vidal) difundieron la idea, por ejemplo, de que no hay más pecado venial y mortal, sino que ahora se trata en realidad de pecado venial, grave y mortal; promovieron que lo único importante es el fin último y servir a Dios, y que, mientras tanto, podemos tener actos que sean más o menos malos o incluso solo malos, siempre que sirvamos a Dios del modo que sea. Otros incluso promovieron que el infierno está vacío y un montón más de ideas desviadas de la doctrina católica.

 

La defensa de la única Verdad


La Iglesia ha tenido que ir clarificando las ideas equivocadas. En 1984 Juan Pablo II aclaró en la exhortación apostólica Reconciliatio et Paenitentia, lo que la Iglesia siempre enseñó, es decir que solo hay pecado venial y mortal.

 

En una de sus encíclicas más importantes, que fue Veritatis Splendor (El Esplendor de la Verdad), el Papa Juan Pablo II corrigió otras doctrinas morales que se difundieron distorsionadas. El documento aclaró que la opción fundamental está condenada, es decir que no es correcto decir, “sí, yo sirvo a Dios; mientras tanto robo, mato, estafo, uso anticonceptivos para evitar los hijos, etc.” y aclaró también que hay actos intrínsecamente malos, es decir que en sí mismos siempre son malos.


Además, la Iglesia volvió a recordar que el infierno no está vacío. Al haber actos objetivamente malos, y al ser posible cometer pecados mortales, hay que recordar que el estado de condenación eterna es posible para los que mueren sin estar en gracia de Dios.

Incluso la Santísima Virgen, que se apareció en Fátima, aclaró esta doctrina errática al enseñar el infierno a los tres pastorcitos. Allí quedó claro que el infierno no está vacío, que los demonios ahí no están solos, sino que hay muchas almas humanas y que uno de los pecados que más llevan a la condenación eterna, según lo reveló la pequeña pastorcita Santa Jacinta, son los pecados de la carne.


El mundo no nos va a llevar al Cielo


El Evangelio siempre va a ir contra el pensamiento dominante que promueve que las personas sean “de mente abierta”, porque esto es contrario a Dios. Los católicos no debemos de adaptar nuestro pensamiento al de la modernidad.


Después de tener muy claro que el Evangelio no va a cambiar, que no se va a adaptar a la modernidad, que el mundo gira mientras la Verdad permanece, Nuestro Señor Jesucristo nos hace hoy también a nosotros la misma pregunta: ¿Tú también quieres irte?

La respuesta de Pedro fue, “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna.” (Jn 6, 68) El Papa San León Magno dijo que Pedro representa la totalidad de la Iglesia. Puede ser difícil en algún momento apegarse a la Verdad, pero debemos ir contra la corriente. Debemos responder como Pedro, ¿a quién iremos?, si el mundo no nos va a llevar al Cielo.


De hecho, adaptarse a la moda, al mundo, distorsionar la verdad, es lo que da origen a las sectas. Sectum en latín, quiere decir cortado, es decir separado, porque adaptan la verdad a su conveniencia.


Pero como sabemos, antes del final de los tiempos muchos más se van a ir, según lo dice San Juan, estaban con nosotros y se fueron porque no eran de los nuestros (1 Jn 2, 19). Se verán muchos casos de personas que eran católicas, asistían a Misa, pero se reunieron con protestantes. Esa apostasía está dicha en el Evangelio y va a ocurrir. Un triste caso reciente, (que es de dominio público, y que por eso lo digo) es el de quien antes era predicador católico, Fernando Casanova.


Y a medida que se acerque el final de los tiempos no nos tiene que sorprender que muchos más apostaten de la vida moral. Marciano Vidal, por ejemplo, cuya doctrina expuse arriba, enseñaba en una Universidad Pontificia de Roma e instruía a moralistas de todo el mundo, muchos de los cuales después se convirtieron en Obispos, Cardenales o rectores de Seminario. Así se explica el hecho de que alguna persona pueda decir que un Sacerdote le dijo que estaba bien algo, que en realidad va en contra de los Mandamientos de Dios. Lo que es peor en esta apostasía o pérdida de la fe, es que un mal Sacerdote es como un demonio, porque lleva a las almas a la condenación.

 

La última prueba de la Iglesia


La apostasía no debe sorprendernos pero sí dolernos. Porque nos gustaría que todos den gloria a Dios, que le den el culto que merece, que todos se salven. Pero no va a ocurrir así porque la Iglesia pasará por una prueba de fe y solo los católicos fieles pasarán la prueba.


Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes (cf. Lc 18, 8; Mt 24, 12). La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra (cf. Lc 21, 12; Jn 15, 19-20) desvelará el "misterio de iniquidad" bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad. La impostura religiosa suprema es la del Anticristo, es decir, la de un seudo-mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne (cf. 2 Ts 2, 4-12; 1Ts 5, 2-3;2 Jn 7; 1 Jn 2, 18.22). (CIC 675)


Que Dios nos conceda la fortaleza, la fidelidad para permanecer en la fe, humildad para cambiar nosotros antes de querer cambiar Su doctrina. Pidamos a la Santísima Virgen María que nos conceda su ayuda para que podamos vivir de acuerdo con la fe que creemos.



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