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Lamentación por los Príncipes en Decadencia


Luis XIV

Por Agustín Torres


¿Príncipes en decadencia? Sí, príncipes en retirada, en claudicación, en el oprobio, en la soberbia, en la infidelidad, en la desesperanza, en el desprecio a la Caridad. Sucesores de una dignidad inmerecida, de un venerable título que van exhibiendo con impúdica arrogancia. Han deslucido su boato hasta el punto de la mofa, han hecho de su honorable linaje un aval de la miseria del mundo y, de la palabra, una frágil ficción que clama bajo las tumbas de aquellos que han sido luz en el mundo y sal en la tierra. Son príncipes que han olvidado que son príncipes, herederos de un reino que desdeñan en pos de una gloria vacía. Soldados de Cristo que, cansados de luchar contra el mundo, se abandonaron a él con la esperanza de que el pago por su rendición fuera la efímera lisonja.


¡A vuestras excelencias la ignominia de confesar como perdidos los talentos que les fueron confiados! ¡A vuestras ilustrísimas la desolación de ser traicionados por los ídolos que adorabais! A vuestras majestades el terror, cuando el Rey Eterno diga: “Apartaos de Mí, malditos, al fuego eterno; preparado para el diablo y sus ángeles” 1. Entonces ya no habrá lustre que ostentar, placeres que gozar, ni argumentos ingeniosos que decir; entonces, la tierra plañirá de temor ante la justicia, repitiendo: “¡Cómo caíste del cielo, astro brillante, hijo de la aurora!2. Y los miserables os recibirán entre los suyos diciendo: “¿También tú te debilitaste como nosotros? ¿A nosotros te has asemejado? Ha bajado al scheol tu gloria al son de tus arpas, tendrás por cama la podredumbre, y los gusanos por cubierta”3.


Príncipes, que adoptaron al mundo como vuestro amigo, ¿no veis que el mundo no pide amistad sino la más vergonzosa sumisión? ¿Qué quedará, pues, de la boca que se negaba a elevar una oración? ¿Qué de los ojos cuando ya no puedan ver la luz del sol? ¿Qué de aquella piel cuando ya no pueda sentir nada que no sea dolor? ¡Ay, príncipes! Vosotros que alguna vez fuisteis un tierno bebé que del pecho materno mamaba la esperanza del mañana, hoy lleváis el peso de la vida a rastras con los hombros caídos, con el alma turbada.


Más, ¿Cómo pudiera yo increparos sin antes preguntarme si acaso no soy yo, por desgracia, uno de ustedes? Un invitado sin traje de bodas, una oveja que no quiso ser encontrada, un hijo que despilfarró su herencia y no vuelve arrepentido, un príncipe que reniega del Reino gozando de esta tierra mientras espera que el tiempo no se le acabe, inicuo aferrado a su propia decadencia hasta cerrar los ojos para despertar en los abismos, hasta que “triunfe” su esfuerzo por perder cualquier alivio, hasta quedar sin Verdad, sin Vida, sin Amor, hasta precipitarse en aquellas tinieblas y perder para siempre a Dios.


1 (Mat. 25:41).

2 (Is. 14:12).

3 (Is. 14:10-11).


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