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Los Pecados que Claman al Cielo por Venganza



Como católicos, sabemos que el pecado es una desobediencia voluntaria a la ley de Dios y un desprecio de la Gracia que nos hace partícipes de Su vida divina. Así mismo, sabemos que los pecados más graves son aquellos llamados pecados mortales, puesto que causan la pérdida de la gracia santificante, que es la vida del alma.


No obstante, entre los pecados mortales existen 4 que son tan graves que Dios mismo se refiere a ellos como pecados que “claman venganza al Cielo”, siendo su iniquidad tan grave y manifiesta, que provoca a Dios a castigarlos con los más severos castigos.

(San Pio X, Catecismo Mayor, n.968)


Se entiende por pecados que claman al cielo aquellos que envuelven una especial malicia y repugnancia abominable contra el orden social humano que, en virtud de su especial injusticia contra el bien social, parecen provocar la ira de Dios y la exigencia de un castigo ejemplar para escarmiento de los demás. 

(Royo Marín, P. Antonio, Teología moral para seglares, 266)


1. El asesinato de Inocentes


Es un pecado horrendo que clama al cielo, sobre todo cuando se le añade la malicia específica contra la piedad en el fratricidio (asesinar al hermano) y en el parricidio (asesinar al hijo, padre o pariente), que se opone en grado máximo a la conservación del individuo y de la sociedad.


El aborto entra claramente en esta categoría, siendo además la suma de pecados gravísimos al ser éste, un asesinato de un ser humano inocente e indefenso, agravado por el vínculo familiar y el ir contra la obligación natural de proteger y defender a los propios hijos.


“¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano está clamando a Mí desde la tierra”. (Gn 4,10)

2. La Sodomía o pecado contra la naturaleza


Se opone directamente a la propagación de la especie y al bien social, y en este sentido clama venganza al cielo. Sabido es que las ciudades nefandas que se entregaban a este pecado fueron destruidas por el fuego llovido del cielo (Gn 19, 24-25).


El pecado de Sodoma, o pecado carnal contra la naturaleza, es un derramamiento voluntario de la semilla de la naturaleza fuera del uso debido del matrimonio, o de lujuria con un sexo diferente; incluye no solo la sodomía, sino también la anticoncepción.


“El clamor de Sodoma y Gomorra es grande, y sus pecados son extraordinariamente graves. Bajaré a comprobar si han hecho realmente según el clamor que ha llegado hasta Mí”. (Gn 18, 20-21)

3. La opresión de los pobres e indefensos


Clama al cielo, no cuando significa la simple denegación de los beneficios de la misericordia que preceptúa la caridad (limosna, etc.), sino cuando se abusa de su condición humilde e impotente, obligándoles a servicios inicuos, impidiéndoles sus deberes religiosos, dándoles jornales de hambre y otras cosas semejantes, contra las cuales no se pueden defender ni exigir su reparación ante los hombres.


“No maltratarás al extranjero, ni lo oprimirás… No afligiréis a la viuda ni al huérfano. Si los afligiereis, clamarán a Mí, y Yo no dejaré de oír su clamor; y se encenderá mi ira, y os mataré a espada; y vuestras mujeres quedarán viudas, y vuestros hijos, huérfanos.” (Ex 22, 21-24)

4. Defraudar al asalariado


Bajo cualquier pretexto que se haga, ya sea retrasando inicuamente el pago, o disminuyéndolo, o despidiendo sin causa a los obreros, etc., apoyándose precisamente en la impotencia de los mismos para defenderse eficazmente.


“No oprimas al jornalero pobre y menesteroso de entre tus hermanos, ni de entre los extranjeros que habitan en tu país dentro de tus ciudades. El mismo día le darás su salario, y no se ponga el sol sobre esta deuda, porque es un pobre y lo necesita; no sea que clame contra ti a Yahvé y tú te cargues con culpa”. (Dt 24, 14-15)

Conclusión:


Vemos pues que entre los pecados existen unos mayores que otros, más todo cristiano está llamado a la santidad y por tanto al abandono de todo pecado, siguiendo así la exhortación del Apóstol:


“No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que obedezcáis a sus concupiscencias, ni sigáis ofreciendo al pecado vuestros miembros como armas de iniquidad; antes bien, ofreceos vosotros mismos a Dios, como resucitados de entre los muertos, y vuestros miembros como armas de justicia para Dios”. (Rm 6, 12-13)

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