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No Basta Creer, hay que Cumplir la Voluntad de Dios

Para avanzar en nuestra conversión cumplamos el mandato del Evangelio de buscar primero el reino de Dios, que lo demás se nos dará por añadidura.


Por José V. Hernández


Cuando venga Nuestro Señor Jesucristo, ¿encontrará fe en el mundo? Esta pregunta es más bien un desafío para nosotros los católicos y creo que, tras un rápido análisis sobre la situación actual, no podríamos entregar buenas cuentas, pues hemos hecho una fe a la medida, afirmando ser católicos y creer en Dios, pero sin querer hacer un esfuerzo por practicar lo que Él nos ha mandado, sino más bien queriendo someterlo a nuestras exigencias.


Decir que creo en Dios, para nosotros los católicos es fácil, porque no hay forma de comprobarlo realmente. Pero decir que le creo a Dios conlleva un compromiso con la doctrina católica y con las enseñanzas de Nuestro Señor Jesucristo, con el amor a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo, porque exige poner en práctica lo que creo.


En la Primera Carta de Juan, en el capítulo 4, versículos 20 y 21, el apóstol nos dice “Si alguno dice: “Yo amo a Dios”, y odia a su hermano, es un mentiroso; pues el que no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios, a quien nunca ha visto. Y éste es el mandamiento que tenemos de Él: que quien ama a Dios ame también a su hermano”. 


Estos versículos resumen la doctrina de amor que Jesucristo Nuestro Señor nos enseña. Muchos católicos decimos que sí amamos a Dios, sobre todo cuando necesitamos pedirle un favor o una gracia especial, pero en cuanto se nos pide un sacrificio o un compromiso se nos acaba el amor. Hay a quienes nada más les tocan el bolsillo o la salud, y se les acaba la fe.


Es tan importante el amor para un católico, que uno de los grandes místicos de la Iglesia Católica y maestro de la vida espiritual, San Juan de la Cruz, nos dejó una frase que nos lo confirma: “Al atardecer de nuestra vida, seremos juzgados en el amor”. 


Creerle a Dios es creer que Él murió por nosotros, para que tengamos vida. Creerle a Dios es creer en su poder, en sus promesas. Creerle a Dios es saber que Él está junto a nosotros aunque no sientas su presencia. Es confiar que él tiene el control de nuestra vida, aún cuando no veamos la salida. Es creerle aunque todo el mundo se burle, te critique e ignore. Creerle a Dios es creer en su Palabra, por difícil que pueda ser. Creerle a Dios es tener una fe firme en él y en sus enseñanzas.


Pero, la fe sola no basta, como dice la carta de Santiago en su capítulo 2, en los versículos del 14 al 17: “¿De qué sirve, hermanos míos, que uno diga que tiene fe, si no tiene obras? ¿Por ventura la fe de ese tal puede salvarle? Si un hermano o hermana están desnudos y carecen del diario sustento, y uno de vosotros les dice: ‘Id en paz, calentaos y saciaos’, mas no les dais lo necesario para el cuerpo, ¿qué aprovecha aquello? Así también la fe, si no tiene obras, es muerta como tal”.


Tampoco las obras por sí mismas son suficientes, recordemos a San Pablo en su primera carta a los Corintios en el capítulo 13, versículos del 1 al 3: “Aunque yo hable la lengua de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe. Y aunque tenga (el don de) profecía, y sepa todos los misterios, y toda la ciencia, y tenga toda la fe en forma que traslade montañas, si no tengo amor, nada soy. Y si repartiese mi hacienda toda, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, mas no tengo caridad, nada me aprovecha”.


Ahora nos queda más claro. Nuestro Señor Jesucristo quiere que nos salvemos y para lograrlo tenemos que amar, por eso la Iglesia católica nos ayuda a interpretar correctamente las escrituras y nos enseña que los mandamientos de la Ley de Dios están divididos en dos, los primeros tres en servir y amar a Dios sobre todas las cosas y los otros siete para amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos.


Por supuesto que las sagradas escrituras están llenas de ejemplos de personajes que le creyeron a Dios y además la doctrina católica nos enseña muchísimas cosas más, pero si el negocio más importante que tenemos en esta vida es santificarnos para ir al Cielo debemos creerle a Dios que debemos amarlo y ese amor demostrarlo en el prójimo.


Porque cuando llegue el Juicio Final, el Señor nos juzgará en el amor que tuvimos a los demás. De la narración de ese pasaje se desprenden las obras de misericordia que Jesús nos dejó para demostrar nuestro amor al otro. Hay siete que son corporales: visitar a los enfermos; dar de comer al hambriento; dar de beber al sediento; dar posada al peregrino, vestir al desnudo, visitar a los presos y enterrar a los difuntos.


También hay siete espirituales que la Iglesia ha tomado la Iglesia de otros textos que están a lo largo de la Biblia y de actitudes y enseñanzas del mismo Jesucristo, éstas son: enseñar al que no sabe; dar buen consejo al que lo necesita, corregir al que se equivoca; perdonar al que nos ofende; consolar al triste; sufrir con paciencia los defectos del prójimo y rezar a Dios por los vivos y por los difuntos.


Empecemos por ahí, cumplamos los mandamientos y practiquemos las obras de misericordia y seamos auténticos católicos seguidores de Nuestro Señor Jesucristo.  Sigamos avanzando en nuestra conversión para cumplir con el mandato del Evangelio de buscar primero el reino de Dios, que lo demás se nos dará por añadidura.



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