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No Temas a la Cruz, Puerta de Salvación

¿Por qué tenemos qué ser purificados? La palabra "purificar" viene del latín purificare y significa "limpiar, hacer puro". Es Dios mismo quien lo pide: Porque yo soy Yahvé, vuestro Dios; santificaos y sed santos, pues yo soy santo. (Lev 11, 44)



Por Claudia Ortiz


San Cipriano de Cartago, en su documento De Dominica Oratione, dice en atención a este llamado de Dios: pedimos y rogamos que nosotros, que fuimos santificados en el bautismo, perseveremos en esta santificación inicial. Y esto lo pedimos cada día. Necesitamos, en efecto, de esta santificación cotidiana, ya que todos los días delinquimos, y por esto necesitamos ser purificados mediante esta continua y renovada santificación.


Es una reacción normal, muy humana, huir del sufrimiento, no lo queremos en lo personal, no lo queremos para un ser querido y tampoco para nuestro pueblo o nación. Nos aterra la idea de pensar en vernos afectados en nuestros bienes, en la comodidad e independencia de la que gozamos. De hecho, las típicas palabras de felicitación que nos damos, por ejemplo en un cumpleaños, incluyen, casi forzosamente, deseos de salud, viajes, dinero, éxito, todo y solo lo mejor; de hecho se podría pensar que es así como el chip se programa y en automático rechaza lo contrario y se sufre cuando esto llega, porque en la vida solo se reciben buenos deseos.


No existe en el radar la posibilidad de pensar, no sólo que el mal que pueda llegar a nuestras vidas lo merecemos por nuestros actos, sino que éste mal pueda ser un bien para nosotros, que pueda ser el camino por el que alcancemos la salvación.


Tampoco es que haya que vivir deseando que nos llegue algún mal a nosotros o a alguna persona por tal o cual razón, pero conviene, para nuestra salvación, leer los acontecimientos que vivimos, ya sea a nivel personal o a nivel familiar o de nuestra comunidad, tomando en cuenta la providencia divina, dar una lectura a la luz de la fe a todos los acontecimientos.


La actitud con la que enfrentaríamos cada suceso en nuestra vida sería diferente si viviéramos en clave de eternidad, como dijo el Padre Daniel Heenan, párroco de la FSSP en México: “lo único importante, si queremos cambiar al mundo, es vivir santamente.“


¿Por qué, pues, temes tomar la Cruz por la cual se va al Reino?


Dice Tomás de Kempis en su libro “Imitación de Cristo”:


En la Cruz está la salud; en la Cruz la vida; en la Cruz la protección contra los enemigos; en la Cruz la infusión de la suavidad soberana; en la Cruz, la fortaleza del corazón; en la Cruz, la alegría del espíritu; en la Cruz está la suma virtud; en la Cruz, la perfección de la santidad. … Porque si con Él murieses, también vivirás juntamente con Él; y si fueres compañero de la pena, lo serás también en la gloria.

Mira que todo consiste en la Cruz, y todo está en morir; y no hay otro camino para la vida y verdadera paz interior, sino el camino de la santa Cruz, y cotidiana mortificación.


Dios puede sacar bienes, de males


“Así, con el tiempo, se puede descubrir que Dios, en su providencia todopoderosa, puede sacar un bien de las consecuencias de un mal… -dice el numeral 312 del CIC- Del mayor mal moral que ha sido cometido jamás, el rechazo y la muerte del Hijo de Dios, causado por los pecados de todos los hombres, Dios, por la superabundancia de su gracia (cf Rm 5, 20), sacó el mayor de los bienes: la glorificación de Cristo y nuestra Redención. Sin embargo, no por esto el mal se convierte en un bien.”


Santo Tomás Moro, quien fue encarcelado por oponerse a que el Rey Enrique VIII se separara de su esposa Catalina de Aragón para casarse con Ana Bolena y rehusarse a asistir a la coronación de la nueva reina, antes de ser decapitado escribió a su hija: "Nada puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que Él quiere, por muy malo que nos parezca, es en realidad lo mejor."


A todos los que se escandalizan y rebelan por las cosas que les suceden, Santa Catalina de Siena dirigió estas palabras: "Todo procede del amor, todo está ordenado a la salvación del hombre, Dios no hace nada que no sea con este fin".


Cuando soy débil, entonces soy fuerte


San Pablo tuvo la gracia de saber por qué debía ser purificado:


Y por eso, para que no me engría con la sublimidad de esas revelaciones, me fue dado un aguijón a mi carne, un ángel de Satanás que me abofetea para que no me engría. Por este motivo tres veces rogué al Señor que se alejase de mí. Pero él me dijo: «Mi gracia te basta, que mi fuerza se realiza en la flaqueza». Por tanto, con sumo gusto seguiré gloriándome sobre todo en mis flaquezas, para que habite en mí la fuerza de Cristo. Por eso me complazco en mis flaquezas, en las injurias, en las necesidades, en las persecuciones y las angustias sufridas por Cristo; pues, cuando soy débil, entonces es cuando soy fuerte. (2Cor, 12, 7-10)


En otra catequesis, el Padre Daniel Heenan, explicó con la cita anterior, que Dios permite a sus elegidos entender la conveniencia del sufrimiento, que es en realidad la sanación y el crecimiento en el amor.


Refirió también las reflexiones de Santo Tomás de Aquino: “nos podemos gloriar por los sufrimientos porque nos dan la oportunidad de practicar muchas virtudes, nos proveen la materia para practicar la humildad, porque uno se da cuenta que no puede exentarse de ese sufrimiento. También podemos crecer en la virtud de la paciencia porque al que padece un sufrimiento no le queda otra más que esperar y aguantar.”


El Presbítero citó también a San Agustín, que dijo que Dios pudiera haber eliminado toda maldad y sufrimiento después de su Resurrección, pero no lo hizo porque si lo hubiera hecho así, no tendríamos los heroicos ejemplos de los mártires que nos inspiran a amar más.


“Es una alegría sufrir con Cristo y por Cristo porque cuando estamos en la Cruz, tenemos absoluta certeza -si la aceptamos con buenas disposiciones- que estamos ahí con Cristo.Es una actitud obviamente incomprensible para el mundo, como dice San Pablo en otro lugar: la predicación de la Cruz es una necedad para los que se pierden, más para los que se salvan, es fuerza de Dios”, destacó el Sacerdote.


Dios nos da la oportunidad de demostrarle nuestro amor


El poder de Dios, que se activa por medio de la fe, os protege para la salvación, dispuesta ya para ser revelada en el último momento. Por este motivo, rebosáis sin duda de alegría, pero es preciso que todavía por algún tiempo tengáis que soportar diversas pruebas. De ese modo, cuando Jesucristo se manifieste, la calidad probada de vuestra fe, más preciosa que el oro perecedero que es probado por el fuego, se convertirá en motivo de alabanza, de gloria y de honor.   (1Pe 1,5-7)


Bajo esta motivación, el sufrimiento y las pruebas adquieren una perspectiva distinta. Ya no son simplemente lo inevitable que nos toca soportar; sino que son oportunidades para probar la calidad de nuestra fe, para crecer y madurar. 


Dijo San Cipriano: Lo que pedimos, pues, es que permanezca en nosotros esta consagración o santificación y -acordándonos de que nuestro juez y Señor conminó a aquel hombre que él había curado y vivificado a que no volviera a pecar más, no fuera que le sucediese algo peor- no dejamos de pedir a Dios, de día y de noche, que la santificación y vivificación que nos viene de su gracia sea conservada en nosotros con ayuda de esta misma gracia.


“Intentemos no tener miedo a la purificación. Antes bien, pidámosle al Señor que podamos superarla en Él. Que podamos abrazar las pruebas o sufrimientos que nos sean enviados, sin quejas, sino aceptándolas, para que se plante más la Cruz de Cristo -símbolo de nuestra victoria y único camino hacia la felicidad eterna- en nuestra alma”, pidió el Padre Heenan.




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