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¡O con Cristo! ¡O Contra Cristo!

¿Dónde están los hijos de la luz? ¿Acaso han vencido las tinieblas? Los pocos que aún se autodenominan seguidores de Cristo se han escondido tras la prudencia y la mediocridad. 



Por Anuar López


“El occidente no solamente está amenazado desde fuera, sino que el occidente parece dispuesto a darse por vencido, a transigir con el enemigo, a lavarse las manos como Pilatos, y así desprenderse del peso de su responsabilidad hacia la historia y hacia el futuro de sus propios hijos. Algo ha pasado dentro de nuestra civilización que la ha debilitado y desangrado. Nosotros, los cristianos, en gran parte, hemos perdido confianza en la justicia y en la rectitud de nuestra causa. Pensamos que, a lo mejor, el enemigo tiene razón.”


Hasta ahora no he encontrado una síntesis más clara que la que realizó -en la cita que antecede- el pensador tradicional Federico Wilhelmsen en la introducción a su obra “El problema de occidente y los cristianos”, que pueda explicar cómo es que hemos llegado al punto social, político y teológico en el que nos encontramos.


¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Cómo abandonamos el ideal de justicia que persiguió el llamado mundo occidental? ¿Cuándo se confundió el ser por el devenir; la verdad por la opinión; la utilidad por el bien? ¿Cuándo lo más perfecto normativo se convirtió en un común “culto a la bajeza”? Como lo afirmara Rubén Calderón Bouchet.


Hemos dejado de ser sal de la tierra y nos hemos vuelto sosos; hemos escondido dentro de un cajón el fuego que nos fue dado por Cristo para alumbrar y hacer arder en la caridad al mundo; hemos pensado que “el enemigo tiene razón”.


Reaccionamos de forma temerosa y solo en nuestra conciencia o frente aquellos que piensan más o menos como nosotros; ante aquellos que dicen compartir nuestra visión del mundo y que dicen creer en Dios, aunque no lo parezca.


Nuestro Señor Jesucristo nos prometió que estaría con nosotros hasta el fin de los tiempos, pero cabría preguntarnos si nosotros estaremos con Él siquiera hasta la próxima blasfemia que el mundo le arroje al rostro, o negociaremos con sus deudores en detrimento de su hacienda, como el administrador infiel del evangelio -astutos, como los hijos de este mundo-.

La pregunta podría plantearse ya no de manera teológica sobre si tenemos aún fe, sino de forma fisiológica con la finalidad de saber si aún corre sangre por nuestras venas. Si las bocas callan, gritarán las piedras: asegura el Rey de reyes en el evangelio de san Lucas.


¿Qué le ha ocurrido a Occidente? ¿En qué se ha transformado? Pareciera que los hijos de las tinieblas han vencido a los hijos de la luz. Pareciera que no hay más reducto de militantes cristianos con vida; que no hay más combatientes de Cristo sobre la faz de la tierra.


Nos hemos vuelto “prudentes” o “estratégicos”. Pensamos en cómo nuestros “principios cristianos” pueden ser llevados al mundo, cómo conciliarlos con el hoy. ¿Cuál será la estrategia para cristianizar discretamente y sin ser atacados por el mundo? Se pregunta el “prudente”, el “realista”, el que “tiene los pies sobre la tierra” -aquél que no se da cuenta que más parecería tener los pies en el infierno-. ¿Cómo combatiré sin perder mi comodidad, mi hacienda, mis sueños individuales y sin arriesgar mi reputación social? ¿Cómo lograr el éxito visible y estruendoso que nos muestre exitosos ante el mundo? En el que todos digan: ¡Es él! ¡Él es el restaurador brillante y triunfal! ¡Sigámosle!


Hemos perdido la fe en el alma y nos hemos conformado con la apariencia y los formalismos. Confundimos la tradición con una momia inerte, con un cuerpo vacío de espíritu. Tenemos miedo de ser impopulares y tomados por fanáticos. Negociamos con el enemigo en su idioma y por sus medios, así como en la discusión por él planteada. Sin darnos cuenta hemos venido a compartir sus principios. Ya no somos lo que creemos sino lo que decimos combatir.


Somos tolerantes con el error y la mentira.


Somos conciliadores con la intención sentimental de las emociones ajenas.


Somos republicanamente “virtuosos”.


Somos defensores del derecho a opinar, aunque no se sepa o se mienta, y a esto llamamos, con eufemismo, libertad de opinión; defensores del “derecho” a negar la verdad, y a esto le llamamos libertad de conciencia; defensores de relegar a Dios al escaño más bajo de las realidades trascendentales del hombre, y le llamamos “libertad religiosa”.


Parecería que hemos renunciado a la Verdad, al Bien, a la Belleza. Y renunciando a ello renunciamos a Dios, sustituyéndolo por un ídolo con pies de barro: llámese comodidad, “prudencia”, mediocridad… pero en el fondo es cobardía y traición a Aquél que nos amó tanto, que dio la Vida por sus amigos.


¡O con Cristo! ¡O contra Cristo!


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