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Permanecer Fieles a la Auténtica Moral Católica

La aplicación de la moral católica es una luz en este mundo, que, en su belleza y veracidad, ofrece resistencia a los poderes de la mentira y del engaño, y desvela sus malas obras.



Por Hno. Elías


Retomo el tema de los cuatro pilares para enfrentar el combate espiritual. La enseñanza moral es el segundo pilar en nuestra lucha espiritual. La ocasión anterior expuse el primer pilar: permanecer en la Verdad, fieles a la Palabra de Dios y a la auténtica doctrina de la Iglesia. Click aquí para ir al primer pilar.


En efecto, la fidelidad a la verdadera fe, que no se deja confundir por las tendencias de la época, ni por ideologías o errores, proporciona un importante fortalecimiento, que viene del Señor. Y lo mismo cuenta para la auténtica enseñanza moral, que, junto con la verdadera fe, constituye otro pilar que contrarresta las tentaciones del adversario. Entonces, éste será el tema del presente escrito: la enseñanza moral como pilar.


A lo largo de esta temática, nos acompañarán las reflexiones que el Papa emérito Benedicto XVI publicó en 2019 bajo el título: “La Iglesia y el escándalo del abuso sexual”.


La decadencia moral se ha adentrado en la Iglesia


Quien tenga ojos para ver habrá notado ya desde hace tiempo la decadencia moral de los pueblos, que, cual tumor cancerígeno, se extiende por doquier. Los medios de comunicación modernos aportan mucho a esta decadencia, pues a menudo están al servicio de una “civilización de la muerte”.


Los fieles, en cambio, habían sido un bastión contra esta decadencia; y en particular la Iglesia Católica, con sus altos estándares morales y, a la vez, con su misericordia en levantar al hombre débil, había sido un garante de una “cultura de la vida”. Reconocida mundialmente como institución moral, también había sufrido los correspondientes ataques.


Hay que tener en claro que los poderes anticristianos atacan precisamente esta moral, pues mientras el hombre tenga tales estándares y, con la ayuda de Dios, guarde Sus mandamientos, no será fácil derrotarlo ni manipularlo. Lo contrario sucede cuando uno no resiste lo suficiente a sus inclinaciones desordenadas. El hombre queda debilitado por dentro y es mucho más influenciable. Le hace falta aquella fuerza que caracteriza, por ejemplo, a una virgen, cuya integridad no ha sufrido irrupción alguna.


Si hablamos de la moral, hay muchos campos a considerar. Dios nos dio los Diez Mandamientos, y el Catecismo de la Iglesia Católica nos señala claramente cómo hemos de vivir para que nuestra vida sea fecunda a los ojos de Dios. Nos ha sido dicho lo que es bueno y lo que es malo, y nosotros hemos de decidirnos por el bien, y, por tanto, por la vida (cf. Dt 30,15-16). El Señor, por Su parte, se encarga de darnos la fuerza para lograrlo.


Sin embargo, lamentablemente la Iglesia, que ha de ser roca y luz del mundo (cf. Mt 5,14), no se salvó de las influencias de la así llamada “revolución sexual” de los años 60 del siglo pasado. En el mencionado escrito, el Papa emérito Benedicto XVI afirma lo siguiente:

 

“En la década de 1960 ocurrió un monstruoso evento, en una escala probablemente sin precedentes en la historia. Se puede decir que en los 20 años entre 1960 y 1980, colapsaron por completo los estándares hasta entonces vinculantes respecto a la sexualidad, y surgió una anarquía que entretanto se ha tratado de detener (…). Entre las libertades por las que luchó la Revolución de 1968, estaba esta total libertad sexual, que ya no permitía normas.”


Una Iglesia debilitada por dentro no puede resistir como corresponde al ataque de los poderes anticristianos


La sexualidad es un gran bien que Dios nos ha concedido. Su valor nos quedará claro si consideramos los dos fines que Él ha depositado en ella cuando se la vive conforme a Su plan: la procreación y la profundización del amor conyugal.


Pero “el proceso largamente preparado y ya en marcha para disolver el concepto cristiano de moralidad (…) experimentó en la década de 1960 una radicalidad sin precedentes. Esta disolución de la autoridad moral de la enseñanza de la Iglesia necesariamente debió repercutir en los distintos ámbitos de la vida de la Iglesia.”


Por tanto, se puede constatar con el Papa Benedicto que “se produjo un colapso en la teología moral católica, que dejó a la Iglesia indefensa ante estos sucesos en la sociedad”.


Así, lamentablemente la Iglesia no pudo cumplir lo suficiente su función de guardiana, para señalar el camino con una clara orientación en medio de la confusión en el mundo, que se extendía de manera flagrante. Sí, la Iglesia estaba interiormente debilitada. Ya no se aferraba a los valores inmutables; y surgía una “nueva moral”, que no partía en primera instancia de Dios y de Sus valores vinculantes, sino que ponía el enfoque en la dimensión subjetiva para a partir de ahí medir la situación dada. Esta tendencia cobró fuerza especialmente en el presente Pontificado, bajo el concepto de “cambio de paradigma”. Así, empezaron a relativizarse los preceptos de Dios.


El Papa Benedicto lo describe en estos términos:

 

“En consecuencia, ya no podía haber nada que sea intrínsecamente bueno, ni nada que fuera fundamentalmente malo; sino sólo juicios de valor relativos. Ya no había el bien (absoluto), sino sólo lo relativamente mejor, dependiendo del momento y de las circunstancias.”

 

Y continúa el Papa Benedicto:


“El Papa Juan Pablo II, que conocía muy bien y seguía de cerca la situación en que estaba la teología moral, comisionó el trabajo de una encíclica para volver a poner las cosas en claro. Se publicó el 6 de agosto de 1993 con el título de ‘Veritatis splendor’ (El esplendor de la verdad), y suscitó vehementes reacciones por parte de los teólogos morales. Antes de eso, el Catecismo de la Iglesia Católica (1992) ya había presentado de forma convincente y sistemática la Moral proclamada por la Iglesia(…). La encíclica fue publicada el 6 de agosto de 1993 y efectivamente incluía la determinación de que habrían acciones que nunca pueden ser buenas (…). Él no podía ni debía dejar duda sobre el hecho de que la moral de la ponderación de los bienes tenía que respetar un último límite. Hay bienes que nunca pueden ser sujetos a concesiones. Hay valores que nunca pueden ser sacrificados por un valor aún mayor, y que incluso sobrepasan la preservación de la vida física. Existe el martirio. Dios es mayor, incluso que la supervivencia física. Una vida comprada a precio de la negación de Dios, una vida que se base en una determinante mentira, no es vida.”

 

¡Éste es el aspecto clave de estas reflexiones del Papa Benedicto!  El desmoronamiento de la moral en la sociedad –sobre todo en lo referente al uso correcto de la sexualidad, conforme al querer de Dios– va de la mano con el debilitamiento de la teología moral y, en consecuencia, también la praxis de la Iglesia.

 

Sin pasar por alto las loables excepciones, hay que decir que el relativismo moral está difundiéndose cada vez más en el interior de la Iglesia, y esto es particularmente notorio en lo que refiere al sexto mandamiento.


¿Cuántas obispos y sacerdotes hoy en día aún dan a entender claramente que la masturbación, las relaciones sexuales fuera del matrimonio, los actos homosexuales, etc.; son pecado? Si la Iglesia, que es Maestra de los pueblos e instancia moral, se ha debilitado y ya no habla con claridad, ¿es de sorprender que fácilmente los hombres pierdan su orientación?

 

Engaños anticristianos

 

Debemos tener en claro que, detrás de todo esto, hay una estrategia anticristiana. Quisiera recordar que se trata de los engaños de Lucifer, que pueden aparecer muy sutilmente. De hecho, muchas veces los engaños tienen un núcleo de verdad, pero que luego se distorsiona y, por tanto, induce a error.


Tomemos un ejemplo concreto:


Últimamente se pone más énfasis en que los pecados contra el sexto mandamiento son pecados de debilidad. En consecuencia, ya no se les da tanta importancia. Casi podría decirse que se los relega al “ámbito privado”.


¿Qué hay de verdad en esto, y qué hay de equivocado?


Lo cierto es que, efectivamente, los pecados contra el sexto mandamiento son a menudo pecados de debilidad, y, por tanto, en lo que respecta a la culpa, pueden ser menores que actos malos cometidos con plena convicción y voluntad. ¡Hasta aquí estamos de acuerdo!


Pero, en su contenido objetivo, los pecados contra el sexto mandamiento son devastadores en sus consecuencias. Basta con pensar en el adulterio… Aunque quizá haya sido una caída en la debilidad, después de haber bebido mucho y haberse dejado llevar, ¡cuán destructivos son sus efectos en la relación de confianza de los cónyuges, y cuántas heridas puede infligir! La masturbación frecuente –muchas veces relacionada con fantasías impuras o intensificada por elementos pornográficos– reduce notablemente la capacidad de amar de la persona, que está orientada a un ‘tú’. Los actos homosexuales, que en sí mismos van contra el orden de la Creación, repercuten en el espíritu y en la psique.

Por tanto, si sólo se pone énfasis en el menor nivel de culpa de los actos impuros, se da lugar a un sutil engaño. En ciertas circunstancias, uno podría decir algo así, cuando las personas están demasiado absortas en este tema y fácilmente se desaniman. Pero, al mismo tiempo, en orden a la verdad, necesariamente hay que alentarlas a evitar el pecado con todas sus fuerzas y a luchar seriamente. Porque, si uno sólo tiene en mente la información de que “los pecados sexuales no son tan graves”, esto puede afectar mortalmente a la vida espiritual y a la fuerza de resistencia contra la tentación.


Si caemos en el engaño que relativiza el sexto mandamiento, ya no falta mucho para que Lucifer complete el engaño, que consiste en que las ofensas al sexto mandamiento ya ni siquiera serían pecados. ¡Un gol del enemigo! De aquí incluso se puede caer en la perversión de considerarlos como algo bueno y normal. Por ejemplo, podrían entonces haber Sacerdotes capaces de decirle a un homosexual practicante: “Está bien lo que haces, con tal de que ames. ¡Tú eres así! ¡Dios te ama!” ¿Exageración?


¡Lamentablemente no! Aquí se ha logrado una meta satánica: lo bueno se convierte en malo, y lo malo en bueno. ¡Un giro total a los Mandamientos de Dios!


¡No hay otro camino que la fidelidad a la auténtica moral católica!


Entonces, hay que considerar la moral católica sin relativizaciones como criterio vinculante para nuestra vida. El Papa Benedicto XVI escribe:


“La doctrina moral de las Sagradas Escrituras, en último término, tiene su singularidad en estar anclada en la imagen de Dios; en la fe en el único Dios, que se manifestó en Jesucristo y vivió como hombre. El Decálogo es una aplicación de la fe en el Dios bíblico a la vida humana. La imagen de Dios y la moral van de la mano, y así dan lugar a la especial novedad en la actitud cristiana hacia el mundo y la vida humana.”


Si queremos resistir conscientemente a las influencias anticristianas en el mundo y en la Iglesia, ha de establecerse una moral intacta en nuestra vida. Ésta existe, y no podemos hacer recorte alguno en ella. En efecto, la misericordia no significa, de ningún modo, relativizar la culpa y las consecuencias del pecado; sino que es un acto del generoso amor de Dios, que está dispuesto a perdonar las culpas de los hombres y pide su conversión.


La aplicación de la moral católica es una luz en este mundo, que, en su belleza y veracidad, ofrece resistencia a los poderes de la mentira y del engaño, y desvela sus malas obras. ¡No tengamos miedo de vivirla y también de profesarla!


Esto último de ningún modo ha de hacérselo con una dureza férrea ni con palabras o gestos despectivos y humillantes; sino conforme al modo en que Dios trata con los hombres, invitándolos constantemente a la conversión. Tengamos siempre presentes las palabras de Jesús, que ha venido “a llamar a los pecadores” (cf. Lc 5,32), a pescarlos con la red del amor. Pero si la red del amor ya no está entretejida con la verdad, entonces será más bien como un gran agujero al que no le quedan más que unas cuantas reliquias de los hilos de conexión, que ya no son resistentes.


Esta es para mí la situación que, lamentablemente, se hace cada vez más notoria en este Pontificado. Y para Lucifer es muy fácil infiltrarse a través de este agujero y llevar a cabo sus planes. ¡Aquí se requerirán murallas sólidas e inquebrantables, custodiadas por el Señor y por Sus ángeles! El aferrarse a la recta doctrina y a la recta moral constituye tales murallas.



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