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Prepárate Para Enfrentar a los Enemigos de tu Alma

El hombre debe estar atento y dispuesto a la lucha para combatir a sus tres grandes enemigos: el demonio, el mundo y la carne.



Por Adveniat


Durante su paso por este mundo, el hombre está expuesto a tres grandes enemigos que desean impedir su camino hacia el Cielo. Los enemigos son conocidos, se trata del demonio, el mundo y la carne, lo que es importante tener presente es cuáles son las estrategias con las que podemos combatirlos.


Nos lo ha dejado advertido el primer Papa: Sed sobrios y estad en vela: vuestro adversario, el diablo, ronda como un león rugiente, buscando a quién devorar (1Pe 5, 8).  El objetivo es claro, obstaculizar el fin último al que están llamadas nuestras almas, y si no estamos atentos, lo conseguirá, primero porque somos débiles y segundo porque solo estando conscientes de lo que acontece a nivel sobrenatural, podemos estar prevenidos. 


¿Cómo venceremos las tentaciones del demonio?


Antes que nada dejemos claro un punto sobre la tentación: La tentación por sí misma no es pecado, más bien “nuestros pecados son los frutos del consentimiento a la tentación” (CIC 2846).


Jesús mismo fue tentado por el diablo (Mt, 4, 1-11) “El tentador procura excitar las tres concupiscencias del hombre: la sensualidad por medio del apetito de comer; la soberbia por medio del orgullo presuntuoso y la concupiscencia de los ojos, por medio de los apetitos de riqueza, poder y goce”, explica Monseñor Juan Straubinger.


Solo es posible resistirlo con una vida de gracia, oración y sacramentos. La vida de gracia se adquiere con el bautismo y nos concede ser hijos de Dios siempre que estemos en comunión con Él y no caigamos en pecado mortal, en caso dado, recurrir al Sacramento de la Penitencia para recuperar nuestra vida sobrenatural. La oración y el Sacramento de la Eucaristía frecuente nos ayudarán a permanecer fieles a Dios y resistir al maligno.


Las atracciones del mundo, ¿cómo vencerlas?


A través de los años se han venido popularizando ideas, que por más inocentes que parezcan, no hacen otra cosa que vendernos más mundo:


“El que nada debe, nada tiene”, “primero muerta que sencilla”, “vida solo hay una, tallas hay muchas”, “el dinero no compra la felicidad, pero la imita bastante bien”; y tantos más.

“¡Vanidad de vanidades! -dice Cohélet- vanidad de vanidades, ¡todo es vanidad! ¿Qué provecho saca el hombre de todo el trabajo  con que se afana debajo el sol?” Eclesiastés 1, 2-3


La vida es una constante lucha por poseer y entre más se tiene, más se quiere. ¿Cómo resistir? Despreciando las vanidades, no haciendo caso del ambiente que nos rodea. Recuerda que tu objetivo es el cielo y no las comodidades de este mundo.


Mientras más crezcamos en esto (vida de gracia, oración y Sacramentos), más vano nos parecerá el mundo y sólo habrá que vencernos para resistirlo.


¿Cómo nos declara la guerra la carne?


“El muerto al pozo y el vivo al gozo”, “Just do it”, “para todo mal, mezcal; para todo bien, también”, “lo que pasa en las Vegas se queda en las Vegas”, “panza llena corazón  contento”, “a que no puedes comer solo una”... todas estas ideas poco a poco se han ido infiltrando en nuestra mente y se requiere una gran perseverancia para no caer.


La Beata Conchita Cabrera de Armida escribió en su diario:“Me parece mentira contemplar a los hombres correr afanosos tras las vanidades de la tierra y el amor de las criaturas y que no se paren a considerar la tremenda deuda que tienen contraída de amor y de dolor, o sea de sangre. ¿Cómo es posible lo que veo? ¿De qué substancia tan insensible estamos formados? ¡Oh, no! Lo que insensibiliza el alma es la vida de los sentidos, esa sensualidad que no busca satisfacerse sino en la molicie y comodidad, encadenando al espíritu y cortándole su vuelo.”


Para ella, este mundo de los sentidos es lo que apaga la fe en las almas: “En estos últimos tiempos la sensualidad ha puesto su trono en el mundo, esa vida de los sentidos que ofusca y apaga la luz de la fe en las almas.”


Se promueve una sed insaciable de gozar y aunque el placer no es malo, pues Dios lo ha creado para nuestro deleite, debemos manejarlo con moderación; por eso es muy necesaria la templanza, a fin de que esta virtud nos ayude a moderar nuestros apetitos.


La carne también nos declara la guerra infundiendo en nosotros un horror al sufrimiento, un terrible miedo de padecer. 


He aquí algunos remedios contra nuestra concupiscencia desordenada:

  1. Mortificarse en cosas lícitas.

  2. Aficionarse al sufrimiento de la Cruz.

  3. Combatir la ociosidad.

  4. Huir de las ocasiones peligrosas.

  5. Considerar la dignidad del cristiano (Dios me está viendo).

  6. Considerar las consecuencias del pecado.

  7. Recordar la Pasión de Cristo.

  8. Tener una devoción entrañable a Santa María, Ella nos ayudará a perfeccionarnos y crecer en virtudes.

  9. Orar con devoción.

  10. Frecuentar los Sacramentos.


Estamos llamados a aspirar a las cosas de arriba, no a las de la tierra, por ello debemos de trabajar en dar muerte a lo terreno que hay en nosotros mismos y ejercitar una profunda ascesis para renunciar a toda fornicación, impureza, pasiones, malos deseos, la codicia, la cólera, ira, maldad, maledicencia, mentiras y obscenidades.


Si caemos, Dios saldrá al encuentro de nosotros con Su gran misericordia y en el confesionario podremos reconciliarnos, no importa cuantas veces sea necesario hacerlo, siempre y cuando, siempre que caigamos regresemos arrepentidos y nos esforcemos cada vez que las obras de la carne hayan encontrado cabida en nosotros tomando firmemente la decisión de apartarnos de ellas.


Y mientras luchemos en combatir el mal, con la vida de oración y sacramentos, hagamos un esfuerzo por adquirir virtudes para progresar en nuestro camino espiritual y alcanzar la santidad.


1 comentario

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1 Comment


Guest
Jul 24

Gracias por estos artículos. Ayudan mucho a los que creemos y no sabemos muy bien cómo seguir la doctrina. Gracias.

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