Que Nuestros Enemigos Estén con Nosotros un día en el Cielo
- P. Jorge Hidalgo
- 27 feb
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Actualizado: 5 mar
El amor a los enemigos no es opcional para un cristiano, es fundamental para obtener de Dios su salvación.

Por P. Jorge Hidalgo
Nuestro Señor Jesucristo nos llama al amor, pero a uno sobrenatural que nos lleve a amar a nuestros enemigos y a desear el mayor bien posible para ellos: El Cielo.
Él mismo nos enseñó en la Cruz cómo debe ser este amor que debe distinguir a todo cristiano. Dice San Pablo que “la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros” (Rom 5, 8). Esto se explica porque, como el mismo Señor dice: no son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Así que nosotros somos enfermos cuando estamos en pecado y el Señor ha muerto justamente por eso, para que todos nosotros seamos reconciliados en Dios.
Podemos interpretar que el amor que se nos pide que tengamos a nuestros enemigos, debe ser el mismo que Dios tiene cuando ama a los pecadores.
¿Quiénes son tus enemigos?
“Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Pues también los pecadores aman a los que les aman.” (Lc, 6, 32) ¿Por qué Dios nos pide amar a los enemigos? Primero, porque existen, Dios no nos va a pedir que amemos algo que no existe; eso quiere decir que los tenemos y hay que distinguirlos, porque la tradición católica distingue en la palabra enemigo dos cosas distintas: una cosa es el inimicus y otra cosa es el hostis.
El inimicus es una persona que es enemigo mío personal porque siento que quiere ocupar mi lugar, por malos entendidos, porque no cree lo que yo creo, porque no aprueba lo que hago, en fin, por estas y muchas otras razones que afectan nuestra relación personal y que aunque no lo querría ni ver, en realidad lo debo amar y pedir por él.
Un hostis es un enemigo público, por lo que debemos ser prevenidos con esa persona. En 1982, en Argentina, los soldados ingleses representaban los intereses foráneos contrarios a nuestra patria, lo que les convirtió en nuestros enemigos públicos. Podría haber un soldado que fuera buena persona, incluso católico, y no es que yo tenga un problema personal con ese soldado, sino que, evidentemente, representaba algo en contra de nuestra nación. De los hostis, hay que prevenirse.
Otro ejemplo puede ser el caso de una persona o un grupo de personas que atenten contra el bien de la familia como institución, o contra la Iglesia, contra la fe. De esa persona o ese tipo de personas, hay que tener cuidado con ellas porque dañan el bien común.
Alguien que distorsiona el Evangelio, por ejemplo, es enemigo de la fe, como es el caso de Gustavo Gutiérrez, padre de la Teología de la Liberación, que maldice el día que los cristianos hicieron su opción por el amor a los enemigos y prefiere solo la supuesta justicia social.
Evidentemente este hombre no entendió nada del Evangelio y por el contrario, lo utilizó para hacer un discurso político, que es la mezcla entre el comunismo y la fe católica, que en realidad es como mezclar agua y aceite, es una cosa insoluble que no se puede mezclar. Por esta razón y muchas otras, la teología de la Liberación está tan fuera de la doctrina católica que la Iglesia siempre ha enseñado y por eso debemos de estar prevenidos con cualquier cosa que provenga de ella.
Sobre los ejemplos anteriores, y más que existen, no hay que perder de vista que hay que amar al pecador, pero odiar el pecado, en palabras de San Agustín; es decir que estamos llamados a amar a los enemigos, pero si ese enemigo es una persona que se dedica a promover el mal, a hacer abortos, brujerías, vender droga o cualquier otra cosa mala, el que lo amemos y deseemos su salvación, no quiere decir que aprobemos lo malo que están haciendo.
Todo lo contrario, porque la única razón de amar a los enemigos es porque Dios los ama y en ese sentido, nuestro amor está encaminado a buscar la destrucción del pecado, no a disculparlo por el mal que hace, porque si lo sigue haciendo se va a condenar.
El amor al enemigo, más poderoso que las piedras
¿Y cuál es el sentido de este amor? Siempre será un bien, el de su alma. Dios, al amar a los pecadores, los hace buenos, porque a quien Dios más ama, más santo lo hace, así que Dios ama a los pecadores porque quiere que todos se salven. El sentido más hondo del amor a los pecadores es el sentido que la Santísima Trinidad, en general, y el Verbo Encarnado, en particular, tienen con cada uno de nosotros, que quieren y que buscan nuestra salvación y que nos dan la gracia para llegar al Cielo. Así que la caridad reflejada en el cristiano, es como la respuesta de este amor que Dios tiene hacia nosotros mismos. Aunque evidentemente no va a obligar a nadie a ir al Cielo porque al mismo tiempo nos hizo libres.
Igualmente nosotros debemos desear el Cielo para todos, no solo para las personas que son buenas o amables con nosotros, sino también para nuestros enemigos, para el que me persigue, el que es malo conmigo, al que me critica, me calumnia, me tiene envidia, me detesta, me causa algún daño; debemos desear que también ellos sean salvos, que todos nos reunamos en el Cielo con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, ése es el amor más puro, un amor sobrenatural.
Este amor solo puede venir de lo alto porque no lo sostiene una relación de amistad, de mutua benevolencia, de cordialidad o incluso conveniencia. Vemos en Cristo el amor a los enemigos. “Perdónalos, porque no saben lo que hacen”, pidió en la Cruz por sus verdugos; confirmó en la fe a Pedro cuando resucitó, a pesar de que Pedro lo había negado tres veces. Como éstos, en los textos sagrados existen innumerables ejemplos del amor de Cristo a los pecadores. Y subrayo: los amó para sacarlos del pecado, para hacerlos mejores, para buscar su conversión.
Alguien que siguió muy pronto el ejemplo de Nuestro Señor Jesucristo, fue San Esteban, el primer mártir, que rogó a Dios por sus verdugos, “Señor, no les tengas en cuenta este pecado” (Hc 7, 60), y al pedir por ellos, sus enemigos -porque ellos querían matarlo- quería su bien y éste llegó a Saulo de Tarso. Él no le tiró ninguna piedra, pero estaba presente y aprobaba la muerte de Esteban. Más tarde Saulo se convirtió al cristianismo y dedicó su vida a evangelizar, por eso es que se dice que las oraciones de Esteban fueron más fuertes que las piedras de Pablo; y hoy no tendríamos al apóstol de los gentiles, si antes no hubiésemos tenido a Esteban, que rogó por sus verdugos. Por eso Tertuliano, cuando escribe su Apologeticus dirigido al Emperador, que era el que perseguía a los cristianos, le dice aquella famosa frase: La sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos.
El amor sobrenatural que llevó a los primeros cristianos a dar su vida por Cristo y a rogar a Dios por sus perseguidores, hizo que multitud de personas que antes odiaban a los cristianos, después se convirtieran y abrazaran la fe, porque veían esa sinceridad que tenían aquellos que rezaban por sus asesinos.
Por eso el amor a los enemigos es el distintivo de la fe católica y se le puede distinguir en todos aquellos que murieron por Dios nuestro Señor, como es el caso de los mártires de Corea. Cuando sus verdugos les preguntaron su última voluntad, ellos dijeron: queremos que ustedes se arrepientan y que estén con nosotros un día en el Cielo. Ése es el espíritu de los cristianos.
Que dilate nuestra alma para la salvación del mundo
Si advertimos que un cristiano procede por envidia, difamación, calumnia, crítica o venganza, queda claro entonces que en realidad esa persona está muy lejos de comportarse conforme al espíritu cristiano, está muy lejos de lo que Dios quiere para nosotros y debemos trabajar para que en nuestro corazón crezca ese amor verdadero a los enemigos.
Pidamos a Dios su ayuda para tener los sentimientos del corazón de Jesús, dejar del lado las ofensas que nos hagan, y que este amor sobrenatural se distinga en nosotros; que podamos por ese amor rezar por nuestros enemigos y alcanzar para ellos algún día su salvación.
Tenemos que lograr que nuestra caridad sea mayor que cualquier pecado, cualquier envidia o cualquier odio. Tenemos que imitar a Jesús, que fue bueno con los desagradecidos y los malos; que en esta intención los mártires, que ya alcanzaron esta gracia y rogaron a Dios por sus verdugos, intercedan por nosotros.
Cuando nos cueste, pidamos al Señor que dilate nuestra alma para la salvación del mundo, como lo expresó Santa Catalina; que Dios nos enseñe a nosotros a amar como Cristo nos ha amado, amar como los mártires lo hicieron; que la Virgen Santísima nos conceda la gracia de tener siempre los sentimientos del corazón de Jesús en nuestra alma, para que así estemos junto con Él en las moradas eternas del Cielo.
Yorumlar