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Recordarle al César lo que no es del César

Cuando recordamos que debemos dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios, no debemos olvidar que el propio César, que no ha hecho uno sólo de sus cabellos, lo quiera o no, también es de Dios.



Por Anuar López


El principio ordenador de la potestad es dado al hombre desde lo alto. Así lo desvela Nuestro Señor Jesucristo frente al representante del César, Poncio Pilato, en el momento que éste confunde su autoridad con la potestad.


“No tendrías sobre Mí ningún poder, sino te hubiera sido dado de lo alto” (Jn 19,11) le dice la Verdad en persona al hombre que, ejerciendo mando, tiende a confundirse con la misma fuente del poder; creyendo que el poder es una emanación de su persona.


Por esto es por lo que al César se le debe recordar lo que no es del César, ya que en el tiempo presente se ha rebasado la frontera de la potestad Divina con el falso dogma de “la soberanía popular”, que pretende encumbrar al hombre -a algunos hombres- como legislador infalible en el establecimiento de lo que son el Bien, la Verdad y la Belleza.


Como primer recordatorio, lo que no es del César es la Verdad, que objetivamente Balmes dirá que “es la realidad de las cosas”. El César por lo tanto no puede disponer de las esencias; no está dentro de su potestad el redefinir la naturaleza humana o el modificarla, preceptuando una esencia que no tiene manifestación en la realidad. El hombre brota al mundo sin la voluntad humana, sin la aprobación de terceros, incluyendo la de sus progenitores. Éstos últimos son indispensables en la cooperación de la aparición en el mundo de una tercera e independiente -ontológicamente- naturaleza humana, pero ni el César, ni sus padres, deben confundir la cooperación con la potestad. Tan así es la realidad de las cosas que en ocasiones, nada escasas, ésta tercera naturaleza brota a existir incluso en contra de la voluntad de sus progenitores o del César. Por todo esto es que el César debe recordar que el principio o final de la vida humana, no son del César.


Como segundo recordatorio, el César debe tener en cuenta que aquella naturaleza (esencia) que está fuera de su potestad, tiende natural y regularmente a afirmarse en el mundo, a permanecer en él hasta que el principio vital que lleva en sí se lo permite, y por tanto la labor del César se limita a subsidiar las necesidades de salud, propiedad, educación y seguridad que, aún con esfuerzo responsable, no sea posible dárselo autónomamente.


Por ello es por lo que debe facilitar el fortalecimiento de las sociedades naturales elementales que en grado jerárquico de responsabilidad y posibilidad contribuyan a suplir las deficiencias. Es decir que el César ejerce el mando organizando lo que natural e idealmente son los grupos sociales intermedios, iniciando por el más nuclear que es la familia, ya que natural, histórica y prudencialmente no ha brotado otro cuerpo social más a propósito para el cumplimiento de los fines perfeccionadores del hombre. Por ello es por lo que el César no tiene la potestad de rediseñar, idear, modificar o sugerir un cambio sustancial del cuerpo familiar sin atentar contra su existencia.


Como tercer recordatorio, la libertad manifiesta en la inclinación vocacional del hombre concreto -no como abstracción numérica estadística- debe ser respetada por el César, por lo que debe contribuir a fortalecer los cuerpos sociales en los que se perfeccione y desenvuelve dicha vocación, respetando así la educación familiar, la asociación gremial que le permite a la persona hacer brotar las artes que en su espíritu individual germinan. Y ahí, en el espíritu, aunque siendo imposible la invasión del César; en cambio puede resultar su deformación al impedir su desarrollo. Por esto es por lo que la vocación individual tampoco es del César. 


Una vez que el César recuerde que los principios anteriores no le pertenecen, debe también de fomentar la unidad social que garantice la paz interna de la comunidad civil, ya que, a decir de Platón en el libro X de Las leyes, es la paz lo más importante que expresa la función de un buen César, y esa paz no se logra sino con la libertad en la unidad de los cuerpos sociales que ayudan a la perfección total de cada uno de los integrantes.


Lo que sintéticamente debe recordar el César es que su actuar y su potestad son prudenciales y no dogmáticas. La naturaleza ya le ayudó con más de la mitad de la labor; lo único que le ha pedido es la aplicación de su inteligencia a la realidad de las cosas, que es la verdad y la aplicación permanente de la voluntad a qué esas mismas cosas cumplan con su función natural, que es su perfección.


Cuando recordamos que debemos dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios, no debemos olvidar que el propio César, que no ha hecho uno sólo de sus cabellos, lo quiera o no, también es de Dios. Ir entonces a recordarle al César lo que no es del César, es un deber de obedecer primero a Dios, antes que a los hombres.



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