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Si la sal Pierde su Sabor, Para Nada Sirve ya

¿Cuántos católicos realmente respondemos a este mandato de Nuestro Señor Jesucristo? Frecuentar los sacramentos nos dará la gracia necesaria para no perder el sabor.



Por Miguel Ubiarco


“Vosotros sois la sal de la tierra. Mas si la sal pierde su sabor, ¿con qué será salada? Para nada vale ya, sino para que, tirada fuera, la pisen los hombres (Mateo 5,13).


Católicos desvanecidos, ¿acaso ésta podría ser una descripción completa y objetiva del punto en el que se encuentra el católico del siglo XXI?, permitiendo con su inacción y su falta de resolución para plantar cara a expresiones que denostan nuestra fe, por el solo hecho de que hay una corriente de meras opiniones.


O es que desconocemos tanto del catolicismo que decimos profesar que no encontramos argumentos contundentes para debatir con valentía a los sofistas y falsos pastores que cada día crecen cual gusanos búlgaros, pero sin los beneficios que los búlgaros pueden aportar a la salud, mientras los farsantes, por su parte, destruyen el espíritu de quienes se detienen a observar a los merolicos y prestidigitadores en su afán de encontrar algo que se acomode al ritmo y estilo de vida que vienen desarrollando.


Y la tercera razón que podríamos considerar, es la cobardía; el guardar silencio por un falso respeto humano que se traduce en cobardía disfrazada o, lo que es peor, por el pánico escénico y gran temor al confinamiento o segregación de que seríamos objeto si en el círculo en el cual se plantea un error, nosotros decidimos no ser parte de la luz que despierte la conciencia de más de alguno.


Ante esta situación el mundo actual nos presenta una oportunidad extraordinaria de evangelización. Y sobre todo de dar testimonio de la Verdad si es que hemos comprendido y aprehendido lo que ésta es. Y atendemos el llamado de Cristo,”vosotros sois la sal de la tierra”. 


La primera cuestión, la podemos resolver involucrándose más en la sociedad y aportando algo al bien común posible. No es suficiente con llenarnos de emoción espiritual, si no la externamos con nuestras obras; ¿de qué sirve que comprendamos el mensaje de Cristo, si no lo compartimos? Y ¿de qué servirá un discurso vigoroso o escrito esclarecedor de las ideas, si ambos no nos mueven a la acción? O simplemente no lo llevamos a la obra.


El interés tiene pies. Y es por ello que estamos llamados desde el momento que fuimos confirmados en la fe, a ser soldados de Cristo, en pensamiento, palabra y obra. Y así como invertimos tiempo en nuestra salud, nuestros negocios, etc. Debemos volcarnos a alcanzar el éxito espiritual que está en la salvación de nuestra alma.


La segunda consideración se resuelve perfeccionando nuestro conocimiento de la fe, si nosotros no abrevamos día a día las pequeñas dosis de enseñanza que tienen las Sagradas Escrituras y no buscamos comprender todo el amor que Dios nos tiene, seremos incapaces de amarle. Dios nos ama, porque nos conoce a la perfección. Y sabe de nuestras debilidades; nosotros en cambio no le amamos porque le conocemos vagamente, sabemos solo lo estrictamente necesario para hacer nuestra primera comunión y lo que aprendimos en las clases de catecismo, cuando deberíamos saber los suficiente para enseñar a otros y así darle un santo sabor a la vida y a la tierra compartiendo esos aprendizajes y derramando caridad por nuestro prójimo.


Y sobre el tercer punto, alcemos nuestra frente y tengamos el valor de aceptar la voluntad de Dios, lo primero que habría que trabajar es sin duda en la congruencia en el pensar, hablar y obrar, que nos darán una mayor seguridad. Frecuentar los sacramentos, sin Dios no somos lo solventes que debemos ser para enfrentar las batallas en cualquier ámbito de la vida. Solo la gracia nos dará la fuerza para defender la verdad, que es la que al final del día, nos hará libres.


“Ama a Dios y haz lo que quieras” (San Agustín).



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